Vincere

Crítica de Gustavo Castagna - Subjetiva

La Historia, la historia y las historias

Con el paso de los años se nota que Marco Bellocchio sigue siendo el director provocador y original que había emergido en los convulsionados 60 en Italia. En efecto, pasaron cuarenta y cinco años de la esencial I pugni in tasca, aquella feroz disección sobre una familia, puntapié inicial de una filmografía desigual y mal conocida en Argentina. También, el escándalo provocado en los primeros años de nuestra democracia con El diablo en el cuerpo y la fellatio en plano detalle de Marushka Detmers a su ocasional novio, momento que causó la indignación de un anónimo espectador (la película se estrenó en 1987 en el cine Lorca) que hasta llegó al secuestro de la copia por una semana. Está bien, hoy nadie (al menos, eso creo desde mi ingenuidad) se incomodaría por semejante escena.

Pero en Vincere el veterano cineasta ya no necesita provocar con alguna escena de alto voltaje sexual, sino a través de una historia oculta mucho tiempo (la locura de una mujer), el protagonismo histórico de un personaje (Benito Mussollini) y la particular mirada del director sobre la Historia de su país, desde mediados de la década del 10 hasta veinte, treinta años más tarde.

Sin embargo, el talento y las ideas de Bellocchio no se detienen en contar “algo ya sabido de antemano” y predigerido por el espectador (la macabra inteligencia de Mussollini en cambiar su postura ideológica de acuerdo a las circunstancias) ni a mostrar, otra vez, los tics, gestos y ademanes ostentosos del líder italiano. El punto de vista es el de Ilda Dalser (gran trabajo de Giovanna Mezoggiorno) y su creciente locura, con su hijo a cuestas, olvidados ambos por el dictador, despreciados por la sociedad, recluidos ambos en orfanatos, centros de recuperación mental, hospicios varios.

En ese sentido, la película adquiere las características de una tragedia extrema, como extremista y jugada en sí misma es la estética propuesta por Bellocchio para contar la Historia y la historia: fragmentos de films, escenas que bordean la demencia (y no solo por la locura de sus personajes) noticias de diarios y carteles que sintetizan acontecimientos y hechos de la época. En este punto, Vincere (grito eufórico proveniente de la garganta del fascismo) entrega cuatro o cinco escenas que se encuentran entre lo mejor visto este año. Una de ellas tiene como marco una sala cinematográfica, donde discuten a viva voz fascistas y demócratas, mientras se siguen exhibiendo imágenes desde la pantalla y un pianista delirante no para de tocar su instrumento. En tanto, la otra se sitúa en un hospital de rehabilitación, con Mussolini en la cama, mirando escenas de un film mudo de origen italiano sobre la Pasión de Cristo. Un hospital-iglesia con el futuro Cristo-facho como prólogo a su liderazgo mesiánico.

Estos dos grandes momentos suceden en la primera hora de Vincere, operística, musical, con una cámara que no para de moverse. Más cercana, en cuanto a filiaciones temáticas, a aquellos desbordes estéticos del mejor cine de Bernardo Bertolucci. De allí en más, la segunda mitad, bucea en la locura de Ilda Dalser, una problemática que se relaciona enfáticamente con otros títulos de Bellocchio (las citadas I pugni in tasca y El diablo en el cuerpo; Los ojos, la boca, Salto al vacío). Pero un segmento no es mejor que otro. Todo lo contrario: las casi dos horas de Vincere representan una de las grandes películas estrenadas durante el año.