Viene de noche

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Sobre el desmembramiento familiar

Todos aquellos que vimos en su momento Krisha (2015) -es decir, los pocos que la vimos- nos quedó la sensación de que el director y guionista debutante Trey Edward Shults prometía obras interesantes a futuro, ya que sinceramente aquel melodrama cassavetiano de adicciones y maltrato era una rareza absoluta porque estaba filmado cual película de terror, con detalles de música concreta y una intensidad arrolladora incluida. Su segundo trabajo es el corolario lógico de la susodicha, léase un exponente en el ámbito de los sustos ya sin ningún tipo de ropaje contextual: el resultado es una propuesta formidable que hace de la fotografía, la escenificación, las actuaciones y la dosificación progresiva del suspenso sus armas principales, un esquema de índole clasicista/ hitchcockiana que ratifica el talento del realizador y pone de manifiesto que aún se pueden construir opus poderosos y minimalistas.

Como si lo anterior fuese poco, el film en cuestión se mete con un formato hiper utilizado desde hace por lo menos una década, el de los apocalipsis urbanos que obligan a un éxodo masivo hacia los suburbios y el campo, una plataforma que durante los últimos años ha generado una amplia gama de variaciones que van desde la vertiente descarnada/ nihilista símil The Survivalist (2015), pasando por la escalonada de impronta fraternal a la Into the Forest (2015), hasta la volcada directamente a las fábulas cristianas en la línea de Z for Zachariah (2015). De hecho, Viene de Noche (It Comes at Night, 2017) llega al nivel de excelencia de The Survivalist ya que redondea un retrato -sin maquillaje, estereotipos o estupideces mainstream- de un conjunto de personajes bajo constante amenaza, aunque ahora en un entorno familiar que a su vez nos remite a Hidden (2015) y Extinction (2015).

La historia nos presenta en primera instancia los efectos de una epidemia que se transmite por aire y contacto físico entre individuos, la cual diezmó a la población de las ciudades, y en segundo lugar tenemos el verdadero eje del relato, la convivencia entre dos familias de sobrevivientes en una casa lindante a un bosque. Por un lado está el clan dueño de la propiedad, encabezado por Paul (Joel Edgerton), esposo de Sarah (Carmen Ejogo) y padre del adolescente Travis (Kelvin Harrison), y por el otro lado se ubica la parentela de Will (Christopher Abbott), quien está casado con Kim (Riley Keough) y tiene un pequeño hijo, Andrew (Griffin Robert Faulkner). Con la excusa de que Will irrumpe en la morada de Paul y el asunto deriva en que eventualmente ambas familias cohabiten juntas, la película analiza con mucha sutileza la desconfianza, los temores y las necesidades involucradas en el hogar.

En un contexto cinematográfico como el contemporáneo en el que predominan los clichés y los facilismos retóricos en todos los géneros, francamente resulta maravilloso el hecho de que se haga difícil describir la estrategia implementada por el director a partir de ese núcleo básico: Shults juega con una extraordinaria serie de travellings, tomas simétricas y cámaras en mano en la tradición de Stanley Kubrick para crear nerviosismo en el espectador mientras nos pasea por las dubitaciones e inquietudes de Travis -casi nunca verbalizadas del todo- en torno a su atracción para con Kim, su miedo a contagiarse y el recuerdo de su abuelo Bud (David Pendleton), víctima de la misteriosa peste a los pocos segundos de comenzado el metraje. Aquí no encontraremos nada relacionado con zombies, balaceras eternas, viajes hacia el páramo o sacrificios cronometrados de conocidos y seres queridos.

Definitivamente la inteligencia de Shults se condensa en la decisión de apostar por un naturalismo de pulso humanista apuntalado por completo en la puesta en escena, la sombra omnipresente de la muerte, las incursiones mínimas hacia el bosque y la dinámica de un posible desmembramiento familiar por agentes internos y externos (paranoia, aburrimiento, paternalismo, desesperación, descuido, egoísmo, encierro compulsivo, etc.). Si bien el desempeño del elenco en general es magnífico, sin duda sobresale Edgerton, una de esas “bestias sagradas” de la actuación de nuestros días que se sitúa al nivel de Tom Hardy, Michael Fassbender o Javier Bardem, hoy mostrándose como un padre afectuoso y transmitiendo toda la firmeza que su Paul reclama al momento de proteger a los suyos. Viene de Noche es un ejemplo perfecto del poderío y la astucia que residen en esquemas a priori agotados, pero que bajo el control del artista adecuado permiten superar por mucho al promedio hollywoodense y sorprendernos gracias a su insólita potencialidad dramática…