Viejos

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

CREER O REVENTAR

Hay algo que resulta tan adorable como irritante en el cine de M. Night Shyamalan y que viene expandiéndose desde los tiempos de La dama en el agua, la película que terminó de generar la grieta definitiva sobre su obra. Shyamalan filma universos fantásticos pero reproducidos en un ámbito mundano, trivial, donde lo fantástico se traduce en enrarecimiento. Y muchas veces esa anormalidad que registra de manera bastante impávida con su puesta en escena tan virtuosa como ascética, surge de situaciones que no temen lanzarse de cabeza hacia lo ridículo. Así, las películas de Shyamlan se convierten en un constante creer o reventar. Y esto no es tan ilógico si pensamos en la materia que compone muchas veces los films del director de Sexto sentido, consumidas por una espiritualidad y religiosidad más que evidente. Viejos, su nuevo opus, es una película que parece sostenerse casi exclusivamente en esta idea rectora del cine de Shyamalan: una sucesión de hechos absolutamente inusitados que explotan en la cara de los personajes (y del espectador), y sobre los que conviene no detenerse demasiado si uno decide creer. Y si bien el director recupera aquí su cualidad para construir tensión, el problema a veces es que la religión de Shyamalan exige mucho a cambio.

Una escena de Viejos parece sintetizar los límites sobre los que trabaja Shyamalan aquí, y en cualquier película. En ella, al personaje de Vicky Krieps le tienen que extirpar un tumor que venía amenazando con representarse casi desde la primera escena. Uno de los que rodea a Krieps dice que el tumor “tiene el tamaño de un melón”, frase que es casi siempre una exageración literaria, una licencia poética que tenemos para llevar las cosas a los extremos. Finalmente, cuando le extirpan el tumor, el mismo tiene efectivamente el tamaño de un melón y ahí uno no sabe si liberar la tensión que la escena tenía o decididamente soltar la carcajada por lo increíblemente grosero y pavote que es todo. Claro que Shyamalan suele filmar con una solemnidad enorme que no solo impide la risa, sino que también demuestra que él cree absolutamente en lo que está contando. Y uno respeta esa determinación, esa honestidad y coherencia, aunque no puede dejar de notar que en ocasiones sus películas se construyen sobre truquitos de prestidigitador (o evangelizador, el término cabe) un poco chanta.

En el centro de Viejos, Shyamalan retoma uno sus temas, que es la disolución de la pareja y la búsqueda de aquello que nos une, aún en medio de la tragedia, que es lo que les ocurre a los personajes de Gael García Bernal y Vicky Krieps. No deja de ser divertido -otra vez- que para el director el matrimonio termine siendo el pacto entre una sorda y un ciego. Sin embargo, ese asunto queda como una anécdota detrás de una trama que termina resolviéndose en un largo y fallido epílogo. Viejos falla ahí porque no logra que el misterio se resuelva a la par de los conflictos de sus personajes, que era lo que sí alcanzaba en la magnífica y ajustadísima Sexto sentido. Lo que nos queda en definitiva es todo ese largo tramo en la playa con el relato coral de un grupo humano en absoluta putrefacción, y no solo porque los personajes se van volviendo cada vez más viejos hasta la descomposición de sus cuerpos. Shyamalan registra todo esto con su calidad narrativa habitual, con movimientos de cámara extraños que profundizan el enrarecimiento constante, aunque las actuaciones exasperadas y el trazo grueso nos saquen por momentos del encantamiento de la puesta en escena.