Verdad o reto

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La confianza es un privilegio renovable

Desde el vamos queda claro que Verdad o Reto (Truth or Dare, 2018) es el típico producto mainstream de terror de nuestros días: sigue una fórmula antigua al pie de la letra (en esta oportunidad la de los slashers de las décadas del 70 y 80, centrados en una carnicería de lo más metódica entre un grupo de jóvenes burgueses adinerados y/ o palurdos), adopta como rasgo formal distintivo una higiene que a veces puede resultar hasta contraproducente para con las mismas expectativas de los fans históricos del horror (es decir, no ofrece ni una gota de sangre ni una mísera escena con desnudos o sexo que no sea el “lavado” de influjo publicitario/ videoclipero), no agrega nada novedoso en lo que atañe al armado retórico (el fundamentalismo lo abarca todo sin que haya espacio para la sorpresa) y la película en sí pretende descansar en su “prolijidad” general (muchos dólares y profesionalidad mediante).

Ahora bien, y más allá de esta estandarización símil cadena impersonal de producción, lo mejor que se puede decir de la propuesta es que sobrepasa sutilmente el umbral promedio de calidad de nuestro presente principalmente gracias a la intervención de Jason Blum, el productor de turno y especialista de larga data en construir ejercicios de terror de corazón retro aunque adaptados a los criterios de marketing que hoy predominan en el sistema de estudios, léase esa asepsia macro a la que nos referíamos antes, destinada a que los niños y adolescentes puedan ver la película en salas tradicionales. De la mano de su productora Blumhouse, el norteamericano implementa un control tenue que por lo general garantiza obras que van de lo olvidable a lo entretenido, a veces viabilizando algún que otro film de autor, como en el caso de Huye (Get Out, 2017) y los últimos opus de M. Night Shyamalan.

Muy en sintonía con la anterior y también disfrutable creación de la factoría, Feliz Día de tu Muerte (Happy Death Day, 2017), la presente nos regala un esquema sobrenatural en el que una entidad bien sádica persigue a un grupito de amigos luego de unas vacaciones en México: el psicópata espectral los obliga a jugar “verdad o reto” de manera compulsiva, lo que genera una catarata de decesos entre quienes se niegan a hacer el reto de turno, quienes no son sinceros o quienes simplemente deciden abandonar el juego. El guión de Michael Reisz, Christopher Roach, Jillian Jacobs y el también director Jeff Wadlow es muy eficaz dentro del marco de los slashers porque logra apuntalar un entramado de relaciones entre los chicos interesante y sensato, recurriendo quizás a algunos facilismos como el triángulo amoroso aunque maquillándolos con diálogos y situaciones verosímiles y bien planteadas.

Como si se tratase de un exploitation lejano de Destino Final (Final Destination, 2000), sin duda el origen posmoderno de esta modalidad destilada de los slashers, Verdad o Reto echa mano del viejo ardid de sembrar el encono entre los protagonistas, convencida de que la confianza es un privilegio que necesita ser renovado de manera permanente, y entrega un desarrollo curiosamente sustentado más en el suspenso alrededor de cuál será la próxima “movida” de los jóvenes que en el sustrato colorido y/ o artístico de las muertes en sí. Considerando la pluralidad de bodrios que viene generando Estados Unidos durante los últimos lustros y la cantidad que comparten la premisa de los fantasmas y maldiciones en cadena, la película en cuestión ofrece una experiencia placentera sin ningún bache ni estupidez ni secuencias tiradas de los pelos, lo que ya es decir mucho en el mainstream…