Verano 1993

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

Dirigida y escrita (en colaboración con Valentino Viso) por Carla Simón, "Verano 1993" relata una época muy particular para Frida, niña a la que se le acaban de morir sus padres y se va a vivir con unos tíos al campo. Una familia que ya está conformada (tienen una hija todavía más pequeña) y en la que ella entra casi como una intrusa. Frida es esa nena que sufre un cambio muy importante en su vida y la lleva a transitar una infancia llena de contradicciones.
Ser niño no es fácil, es algo ya de por sí confuso, y con sus sólo seis añitos, Frida se encuentra descubriendo un lugar nuevo al que quieren que ella llame hogar. Es un lugar que podría resultar divertido para cualquier niño, pero ella carga con un dolor muy profundo.
El verano, ese momento en que debería ser el mejor del año, lleno de tiempo libre para jugar y hacer lo que quisiese, se sucede mientras ella intenta sobrellevar esta situación como puede, a veces con actitudes caprichosas y otras tan inocentes como fantasear con escaparse de la casa y luego arrepentirse alegando que mejor en otro momento.
Más allá del drama que narra el film, Simón (que ganó como Mejor Directora en el BAFICI del año pasado con esta película que recién nos llega a la cartelera) nos regala una película que no cae en sentimentalismos ni lugares comunes y sin embargo le agrega cierta dosis de ternura propia de la naturalidad con la que retrata y sigue a esta nena.
Es una película luminosa, de tintes autobiográficos y eso se nota en el cariño y cuidado con el que está contada. Laia Artigas es quien interpreta de manera tan sutil como precisa a Frida, el alma de una película hermosa sobre esa particular etapa que es la infancia, donde no entendemos nada y todo se nos presenta como un mundo nuevo.
Es quien carga la película porque todo lo vivimos siempre desde su perspectiva, ese lugar de inocencia que a veces confunde lo que está bien y lo que está mal.
La ópera prima de Simón está narrada desde lo observacional. El registro naturalista le permite llegar a lo emocional de un modo muy genuino y delicado. Brota por sí mismo.
Es una historia sobre la adaptación a un entorno diferente, de transición, pero es ante todo un bello y doloroso (porque lo más lindo siempre duele) retrato sobre la infancia, con una sensibilidad y entendimiento sorprendente.