Vendrán lluvias suaves

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Iván Fund sigue probando nuevos caminos y cada vez más ligados al cine de género.

Tras esa perla (que pasó bastante inadvertida) llamada Toublanc, cambia completamente de registro con este film que en principio incursiona en ese subgénero tan querible como el de las aventuras juveniles (Los Goonies, Cuenta conmigo, Súper 8 y el boom de la serie de Netflix Stranger Things) con elementos absurdos por lo inexplicables.

En principio vemos a niños y perros (el manual del productor dice que nunca hay que filmar con niños y perros) vagando por una ciudad fantasma, vacía. Uno podría pensar que se trata del momento de la siesta en un pequeño centro urbano de provincia (se rodó en Crespo, Entre Ríos), pero la ausencia de adultos quedará explicada pocos instantes después. Los padres duermen, pero nunca se despiertan (tampoco es que estén muertos). Así, los chicos -que parecen no estar demasiado preocupados- aprovecharán esa falta de control adulto para dar rienda suelta a sus deseos de exploraciones y travesuras (como romper los vidrios de un lugar abandonado y meterse).

Como suele ocurrir en este tipo de situaciones (recuérdese, por ejemplo, Nadie sabe, del japonés Hirokazu Kore-eda) surge entre ellos actos de solidaridad y camaradería. Los más grandes ayudarán a los más pequeños en situaciones del tipo desinfectar una herida, bañarse, alimentarse, pero también deberán afrontar algunos conflictos más arduos, como atender a un perro muy lastimado, o sobrellevar un gigantesco corte de luz que le da al film un tono de fábula terrorífica y hasta algo apocalíptica.

De todas maneras, quien crea que Fund se convirtió en un nuevo Steven Spielberg o un J.J. Abrams deberá saber que Vendrán lluvias suaves no deja de ser una película minimalista y lúdica, sobre cinco chicos y preadolescentes (los debutantes absolutos Alma Bozzo Kloster, Simona Sieben, Florencia Canavesio, Emilia Izaguirre y Massimo Canavesio) que pasean por el campo, van al río y se acompañan para combatir la soledad. Es una apuesta bucólica y sencilla (aunque con inteligentes ideas visuales) que deja mucho espacio para la observación y los pequeños detalles, en la que buena parte del desafío es encontrar y transmitir la espontaneidad, la naturalidad de estos pequeños intérpretes. Cuando lo logra (y afortunadamente son varios los pasajes) el film consigue seducir y fascinar.