Vendrán cosas mejores

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

LA DISTANCIA CALCULADA

Es extraño que esta película de 2008 se exhiba como estreno diez años después. Es un tiempo considerable que la pone en desventaja. Primero porque durante ese lapso se han visto innumerables historias del mismo tono sórdido y lúgubre. Segundo, porque su falta de oxígeno en todo sentido la coloca dentro de esa escuela de la sordidez que parece agotada.

Tristeza, abulia, depresión y adicciones. Cuatro palabras que recorren el universo azulado de los personajes, jóvenes y viejos, de la película de Duane Hopkins. No hay respiro alguno más allá de una belleza forzada, encorsetada en la tragedia cotidiana donde, como dijera Fassbinder, el amor es más frío que la muerte. Cinco historias que involucran a adolescentes y a sus abuelos en un pueblo de Inglaterra son descriptas antes que narradas y con un comienzo que marcará la estática y gélida puesta en escena: un encuadre estéticamente impecable de una chica con la jeringa clavada producto de una sobredosis. A partir de ahí la parquedad humana y expresiva se transformará en onda expansiva donde la cámara hará gala de tenues movimientos, con un ritmo comparable a los efectos de la heroína. En esta sinfonía gris, cada acción supone un letargo donde nadie quiere vivir, el pasado solo es dolor y el presente una ventana abierta a nubarrones constantes. Semejante cuadro termina por matar al propio espectador.

Vendrán cosas mejores es el claro exponente en el que la dirección está por encima de todo. No puede dejar de reconocerse la virtud en la composición de los planos, en el cuidado de la iluminación y en otros aspectos técnicos, sin embargo, todo el resto queda supeditado a una especie de teatro de marionetas, con personajes sin matices cuyo horizonte es el fracaso. Tal tratamiento hacia la historia (interpretada con actores no profesionales) confirma esa tendencia de años en los que desfilan miles de películas iguales amparadas en la pose minimalista y en una sensibilidad comprada en el prestigio de los festivales, cada vez más, reductos similares a cementerios.