Van Gogh: en la puerta de la eternidad

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

El director de “La escafandra y la mariposa”, Julian Schnabel, había debutado con la biopic “Basquiat” regresa con otro retrato de un pintor, esta vez cruzando el océano (a la larga además de director él es pintor y por lo tanto es mundo que le resulta mucho más que cercano).
Escrita junto a Jean-Claude Carrière y Louise Kugelberg y con un elenco de reconocidos nombres, “Van Gogh: en la puerta de la eternidad” retrata la última etapa del pintor que sucede mayormente en la localidad francesa de Arlés.
Willem Dafoe (que llegó a estar nominado al Oscar por la interpretación en cuestión) se convierte en el Van Gogh que deambula buscando dónde pintar, que se inspira a través de la naturaleza, y que de a poco comienza a dejarse caer en ese espiral descendente al que lo lleva sus crisis psiquiátricas, de confusión y de angustia, y su soledad, pero al mismo tiempo lo empieza a conectar con esa búsqueda de la eternidad a la que alude el título, la necesidad de trascender.
Por ahí también ronda la relación que arma con otro pintor que intenta sobrevivir a base de sus obras, Gauguin (acá interpretado por Oscar Isaac) y con su hermano Theo (Rupert Friend), a quien le ha escrito tantas bellas palabras en uno de los libros más editados.
Schnabel intenta retratar su intimidad, sus largos paseos, sus momentos de lectura (“Mi Dios, qué bello es Shakespeare. ¿Quién es tan enigmático como él? Sus modos y sus palabras equivalen a un pincel trémulo de emoción y de fiebre.
Sin embargo, hay que aprender a leer, como se debe aprender a ver y a vivir.”, ha escrito y acá el escritor inglés funciona como nexo con el personaje que interpreta Emmanuelle Seigner, Madame Ginoux).
Pero también, de a poco se va apoderando de él una percepción especial de lo que sucede alrededor suyo, allí los planos se vuelven más cerrados y se apuesta a la repetición de diálogos escuchados por el pintor. Tampoco se deja de lado el famoso episodio de la oreja, retratado con cuidado y sin caer en lo espectacular, que sería el camino más sencillo.
El elenco no sólo está compuesto por los reconocidos actores mencionados.
También está ahí Mads Mikkelsen, que aparece como un sacerdote en una de las escenas más interesantes, y el francés Mathieu Amalric, como el doctor Paul Gachet que protagoniza uno de sus famosos retratos.
Como resultado nos encontramos ante un film cuidado y más ambicioso de lo que aparenta su forma. Incluso al final se permite jugar con una teoría menos popular sobre su muerte.
Dafoe le brinda mucho corazón a su personaje y logra transmitir ese caudal de emociones y pensamientos que pasaban por su cabeza sin apelar a histrionismos. No es un retrato imprescindible pero sí uno disfrutable y que se percibe que está hecho con amor y admiración.