Una segunda oportunidad (2015)

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

En “Una segunda oportunidad” (Suecia, Dinamarca, 2014) el contraste entre la realidad y la naturaleza de los hechos que se cuentan serán esenciales para poder construir un relato que necesitará de un esfuerzo por parte del espectador para ir asumiendo los giros que se presentarán en la pantalla.
Además habrá otra contraposición, entre ciudad versus suburbios, que, también, serán clave para poder mantener el verosímil de la dura historia en la que la segunda oportunidad a la que se refiere el título local será la clave para comprender su intencionalidad y temática.
Similar a “Melbourne” de Nima Javidi, en cuanto a tomar a la muerte de un niño pequeño como disparador de la trama, aquí este hecho es aprovechado por la prestigiosa directora Susanne Bier para construir una pequeña estructura de muñecas rusas en las que se irá complejizando la narración y se potenciarán las particularidades psicológicas de los involucrados.
Andreas (Nikolaj Coster-Waldau) y Anne (Maria Bonnevie) son una pareja de padres recientes que deben lidiar con el llanto nocturno de su hijo, y pese a tener la mayor de las paciencias, la falta de sueño les va dejando cierto malhumor y cansancio acumulado que se nota en sus actividades.
De hecho Andreas se enoja por demás en una redada junto a un compañero, al ver cómo una pareja de adictos mantiene en condiciones infrahumanas a su pequeño bebé, y pese a los esfuerzos que hace para poder lograr que le retiren la custodia del mismo, judicialmente nada puede hacer.
Una de las eternas noches en las que Alexander, su hijo, llora, se levanta Anne automáticamente para asistirlo y se da cuenta que el niño no respira, desesperada y en medio de una crisis de nervios habla con Andreas y entre ambos confirman lo inconfirmable, la peor noticia que podrían recibir, aquella que demuestra que toda la esperanza que podían poner en el devenir de su hijo y en su progreso queda trunco.
En medio de la noche Andreas tomará una decisión, no la más acertada, pero si la comprensible para él para lograr, de alguna manera, suplir el dolor y la ausencia con una presencia que complete a su mujer, a quien ve vulnerable y destrozada por la tragedia.
Bier avanza a paso lento con la historia, porque sabe que hay mucho por asimilar y mucho para tratar de digerir. El golpe bajo está, y la tensión por el drama ajeno también, pero suma la posibilidad de la compasión, un sentimiento cada vez más ausente en la pantalla y en las produccione, que se vislumbra en cada plano que le otorga a Coster-Waldau, un intérprete inmenso y de una entrega que sorprende en cada película en la que participa.
“Una segunda oportunidad” por momentos deviene en policial de procedimientos, pero dejando en claro que esa fase será tan sólo una pequeña instancia para complejizar aún más la abigarrada trama que, llena de giros, irá atrapando hasta al más incauto de los espectadores.
Para reflexionar sobre la ética y la moral de los hombres en momentos claves de su existencia, o mejor dicho, en aquellas instancias en las que la muerte los enfrenta a decisiones apresuradas sin pensar las consecuencias, este filme ilumina en parte algunas cuestiones que nunca está de más pensar y dialogar.