Una segunda oportunidad (2015)

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

¿Qué busca Una segunda oportunidad? Al principio amaga con convertirse en un drama social crudo que no escatima en imágenes shockeantes con tal de conseguir impacto (el bebé cubierto de pis y caca que se encuentra dentro de un armario). Pero poco después, ese ambiente es desplazado por el de la casa familiar, donde todo se presenta exageradamente pulcro, iluminado, armónico. La película alterna los dos espacios, el del hogar de Andreas y Anne, y el departamento sucio de la pareja que maltrata al bebé, como para que se comprenda bien las distancias que median entre los afortunados y los más desfavorecidos. Una vez establecido el contraste, el guion juega un juego cruel: como era de preveerse, la vida apacible y bienaventurada que llevan los protagonistas (y que sostienen solo con el sueldo de policía de él) resulta ser en verdad un elaborado mecanismo de castigo que consiste en mostrar el derrumbe cada vez más estrepitoso de Andreas, cómo es que de tenerlo todo pasa a quedarse sin nada, mientras que los otros, los drogones abandonados a la buena de Dios, comienzan lentamente a transformarse en víctimas y pierden parte de los rasgos negativos con los que habían sido presentados. El planteo bienpensante de la película se resume en una fórmula del tipo: “un policía exitoso y su mujer cuasi perfecta pueden caer más bajo que estos marginales que sobreviven en los bordes de la sociedad”. Ese ánimo concesivo se traslada también a la puesta en escena: incluso en los momentos más duros de Andreas y Anne, la imagen es límpida y brillante, agrada a la vista, no ofrece superficies molestas y evita irritar el ojo, todo eso mientras el guion no ahorra en revelaciones que atentan sin piedad contra la poca cordura que le queda a Andreas (buena actuación de Nikolaj Coster-Waldau, que demuestra ser de esos actores capaces de dar un buen plano desde cualquier ángulo, como si supiera instintivamente dónde está la cámara a cada segundo). Salvo por los momentos en los que salen un bebé manchado con sus propias heces y otro en el que la cámara enfoca con insistencia un bebé muerto (pero se trata de imágenes que están dispuestas calculadamente buscando un impacto discreto y nada más), el resto del tiempo la película revela una tibieza fenomenal, pura corrección política puesta al servicio de ese sencillo ejercicio moral que se le propone al espectador, y que consiste básicamente en invitarlo a formar un juicio sobre los personajes y sus acciones que, más tarde, el relato habrá de corregir, señalándole su mala conciencia e invitándolo a asistir a la debacle de esa pareja y de su vida reluciente. Una segunda oportunidad es apenas un drama de baja intensidad, demagógico, una experiencia diseñada para producir agrado y autocomplacencia.