Una segunda madre

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Una clase sobre las diferencias de clase

Premiada el año pasado en los festivales de Sundance y la Berlinale, esta tragicomedia ratifica el talento de la directora de Durval Discos.

No es la primera vez que el cine latinaomericano posa su mirada en el lugar de las empleadas domésticas dentro del contexto de una familia. Allí están desde la chilena La nana hasta las argentinas Cama adentro y Réimon, pasando por dos documentales brasileños de títulos casi similares (Doméstica y Domésticas), por citar sólo algunos ejemplos.

También desde Brasil, pero en el ámbito de la ficción pura, llega Una segunda madre, una inquietante (por momentos angustiante) tragicomedia que arranca como una descripción simpática y algo previsible sobre las diferencias de clase, pero que al rato deviene en algo bastante más provocador.

La protagonista es Val (la enorme Regina Casé, vista en Eu Tu Eles), la mucama todoterreno de un matrimonio acomodado de San Pablo integrado por un pintor sin demasiado suceso (Lourenço Mutarelli) y una gurú del diseño (Karine Teles) más un hijo adolescente (Michel Joelsas) con el que ella mantiene una relación de mucha complicidad e intimidad (sin llegar a nada perverso). Es, como dice el título de estreno en Argentina, “una segunda madre” para él.

El film plantea en las primeras escenas esa relación aparentemente cordial y respetuosa entre patrones y empleados, pero la llegada por unos días de Jéssica (Camila Márdila), la hija de Val a la que no veía desde hacía diez años, cambia no sólo la rutina cotidiana sino que hasta tensiona y pone en crisis las distintas relaciones dentro de la casa.

Llegada a la gran ciudad con la idea de dar el examen para ingresar a la facultad de arquitectura, esta joven curiosa, inteligente y desbordante despertará todo tipo de reacciones en el resto de los personajes con resultados que van desde lo hilarante hasta lo perturbador.

Lo interesante de este film de Anna Muylaert (realizadora de Durval Discos y guionista de El año que mis padres se fueron de vacaciones) es que no tiene que apelar a grandes golpes de efecto ni a situaciones demasiado subrayadas para exponer las pequeñas humillaciones y la sumisión de Val, así como las diferencias generacionales en todos los sentidos con su hija.

Si bien el desenlace no está a la altura del resto de la propuesta, Una segunda madre nos ratifica no sólo el talento de Muylaert para la puesta en escenas (precisa, austera) y para la dirección de intérpretes (cada gesto, cada mirada tiene un sentido), sino también la certeza de que el cine brasileño está encontrando nuevos caminos decididamente valiosos.