Una pistola en cada mano

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Confesiones de hombres de 40

Hablan. Cómo hablan los personajes de las seis historias de Una pistola en cada mano. Lo peor para los protagonistas masculinos es que creen saberlo todo, pero el desenlace de cada secuencia les demuestra lo contrario. Los deja mal parados. En un offside irremediable.

La película, que transcurre en Barcelona, defenestra a los hombres que rondan los 40. “Lo más jóvenes son más interesantes”, dirá una de las mujeres, que son menos vuelteras, más sinceras y fuertes que los hombres en el guión de Cesc Gay y su habitual colaborador Tomás Agaray.

La primera historia reencuentra a dos amigos (Leonardo Sbaraglia y Eduard Fernández), uno medicado por stress, el otro sin trabajo. En la segunda Javier Cámara es un padre divorciado que intentará volver a su hogar, pero... En la tercera Ricardo Darín ha seguido a su esposa hasta el departamento del amante de su mujer, y charla en un parque con un conocido (Luis Tosar). La cuarta tiene a Eduardo Noriega tratando de “levantar” a una compañera de trabajo, y en la quinta y sexta se entrecruzan dos parejas, yendo a una misma fiesta (Leonor Watling encuentra en la calle y lleva en su auto a Antonio San Juan, y Jordi Mollá y Cayetana Guillén Cuervo, sus parejas, se cruzan y van caminando). Recién al final las seis tramas se cruzan.

El título hace referencia a que los personajes masculinos no ponen los huevos en una sola canasta. Y por lo general, terminan enfrentando, con vergüenza genuina, alguna situación embarazosa. Es la regla del cortometraje: el final debe ser más o menos sorpresivo o shockeante.

Con un apuesta algo teatral, a Una pistola en cada mano le cuesta salirse del formato. No es que puedan cerrarse los ojos y escuchar los diálogos para entender lo que sucede, porque las actuaciones son ricas en gestualidad, hay giros más inesperados que previsibles y un cabal aprovechamiento de los actores. Gay suele filmar películas corales (En la ciudad) y ser ácido. Aquí redobla la apuesta.

Entretenida y con algún relato mejor construido que otros -se destacan el de Cámara y el de Darín con Tosar-, más que los diálogos las salidas inesperadas de algunos personajes (“Se lo debo -dice unmarido engañado-, después de tantos años de estar juntos”), o “No es culpa de nadie”, y “para qué sirve la madurez”.

Que hay que afrontar las cosas, de eso habla esta suerte de Confesiones de mujeres de 40, pero masculina.