Una mujer fantástica

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Homofobia a la chilena

En esta oportunidad nos encontramos frente a un film al que tranquilamente aplica aquel chiste de Woody Allen en el que se nos informaba lo triste que resulta cuando la familia de nuestra pareja está… viva. Efectivamente, la protagonista de Una Mujer Fantástica (2017) debe lidiar con la parentela de su novio -ex esposa e hijo, sobre todo- cuando éste fallece de repente a causa de un aneurisma, lo que se convierte en una verdadera cruzada en pos de asistir a los servicios fúnebres para poder despedirse. Peor aún, al hecho de ser catalogada como “la otra” dentro del ámbito familiar se suma que la chica en cuestión, Marina Vidal (Daniela Vega), es una travesti unos cuantos años menor que el difunto, Orlando (Francisco Reyes), circunstancia que saca a relucir el conservadurismo católico repugnante de buena parte de las sociedades latinoamericanas en general y de la comunidad chilena en particular.

Una vez más el realizador Sebastián Lelio se despega de sus primeros trabajos, los cuales tenían un aire lejano a Ingmar Bergman y Joseph Losey, para volcar el asunto hacia el mismo terreno de su película anterior, la también interesante Gloria (2013): aquí el cineasta mezcla un naturalismo sutil para los diálogos con una serie de episodios -entre oníricos y algo crudos- símil Rainer Werner Fassbinder que condimentan un viaje muy intenso en el que uno de los propósitos de fondo pasa por reivindicar los derechos de colectivos sociales eternamente marginados y/ o postergados. Así como en Gloria contábamos con una protagonista que bordeaba los 60 años e iniciaba una relación con un hombre también de la tercera edad, soportando la autonomía o dependencia de cada uno para con sus respectivas familias, hoy el eje es un amor no aceptado por un clan sumido en la negación más pueril.

Dejando muchos detalles en el tintero para conservar un halo de misterio en torno a Marina, el guión del propio director y Gonzalo Maza, su colaborador principal desde hace ya muchos años, pronto transforma el ninguneo de la familia hacia la joven en acoso liso y llano (utilizando como excusa que Orlando tenía golpes en su cuerpo al llegar a la clínica porque se cayó en la escalera del departamento que compartía con la protagonista, su parentela -todos de la alta burguesía santiaguina- le envía a la policía para que investigue si la muerte se dio en medio de una pelea) y luego en una crueldad bien ridícula (la violencia física viene de la mano del hijo de Orlando, quien agrede cobardemente entre insultos homofóbicos, y su homóloga conceptual llega cortesía de la ex esposa del susodicho, una bruja irrespetuosa que hará todo lo posible para impedir que Marina concurra al funeral).

A pesar de lo que uno podría pensar a priori alrededor de la decisión de la propuesta de centrarse en las consecuencias/ reacciones negativas de un “vínculo prohibido” en una sociedad muy retrógrada como la chilena, en realidad el convite no llega a ser del todo un alegato LGBT explícitamente político tanto por el preciosismo de fondo (sobresale en especial la fotografía de Benjamín Echazarreta y la prodigiosa banda sonora de Matthew Herbert) como por ese distanciamiento concienzudo al que nos referíamos anteriormente (en este sentido se nota mucho que tanto Maza como Lelio son turistas en el territorio gay y ello repercute en un exceso de autoindulgencia formal en algunas secuencias con el claro objetivo de “ingresar” al circuito de los festivales internacionales a través de la opción de restar visceralidad y sumar poesía vía las fantasías de Marina con volver a ver a Orlando).

De todas formas, mediante la estrategia de explorar el recuerdo doloroso y a la vez placentero del amante desaparecido, Una Mujer Fantástica consigue diferenciarse de gran parte del cine homosexual precedente, sin duda más en sintonía con el retrato del devenir de la relación propiamente dicha; pensemos en obras fundamentales como Ropa Limpia, Negocios Sucios (My Beautiful Laundrette, 1985), de Stephen Frears, Maurice (1987), de James Ivory, Mi Mundo Privado (My Own Private Idaho, 1991), de Gus Van Sant, Secreto en la Montaña (Brokeback Mountain, 2005), de Ang Lee, o la reciente y maravillosa Llámame por tu Nombre (Call Me by Your Name, 2017), de Luca Guadagnino. La actuación de Vega, ella misma una mujer transgénero, es otro de los puntos fuertes de la película porque logra un trabajo muy contenido que se encuadra dentro de la burguesía protagónica y hasta por momentos parece funcionar como una versión apaciguada y bien melancólica de aquellas travestis de clase baja de la excelente Tangerine (2015), de Sean Baker. El opus de Lelio, a la par de las realizaciones de su compatriota Pablo Larraín (aquí actuando como productor, junto a su hermano Juan de Dios Larraín), viene a confirmar la vitalidad y relevancia de un cine chileno que no le teme a señalar los componentes más reaccionarios de una nación tan oscurantista como la Argentina… recordemos para el caso la oposición que suscitó el divorcio o la que generan ahora mismo el aborto y la eutanasia.