Una misión en la vida

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

El film cuenta las desventuras de un hombre en crisis en busca de la redención

La acción de Una misión en la vida comienza en Jerusalén y termina en algún lugar del interior de un país del este europeo no identificado. El punto de unión entre tan disímiles territorios es el gerente de recursos humanos de una panificadora israelí que debe hacerse cargo de una tarea imposible: reconocer y devolver a su familia el cuerpo de una ex empleada muerta en un ataque terrorista. Con un tono realista que luego abandonará, las primeras escenas del film intentan presentar al personaje central -del que nunca se sabrá el nombre-, pero lo que consiguen es mostrarlo como un estereotipo del hombre en crisis. A todos sus contactos profesionales y personales les falta intensidad, emoción y sentido, tal vez porque, a excepción del protagonista Mark Ivanir, el resto de los actores carece de la habilidad para comunicar alguno de esos sentimientos. Tampoco ayuda la edición desprolija que atraviesa la película, que de todos modos gana en interés cuando el hombre decide viajar al país de origen de su empleada para resolver el grave problema de relaciones públicas que su muerte creó a la empresa. Siguiendo sus pasos está el periodista que dio a conocer la noticia, un personaje tan desagradable y poco logrado que consigue poner el film a la altura de la menos sofisticada de las telenovelas de la tarde.

Una vez llegado a destino, el gerente intentará reparar algo del daño que la muerte de la mujer causó a su familia y para eso se pondrá al frente de una caravana que recorrerá el país. A partir de ese momento, el director Eran Riklis ( La novia siria ) intentará cambiar el tono realista por uno más absurdo, una road movie musicalizada con sonidos balcánicos que busca crear una atmósfera similar a los films de Emir Kusturica y no lo consigue, aun teniendo una camioneta que se empeña en romperse, un chofer borracho, un adolescente rebelde y un ataúd a bordo. La aparición de un refugio nuclear, una repentina enfermedad y un tanque agregan sinsentido pero nada del humor negro o trágico que el director quiso conjurar.