Una guerra brillante

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Capitalismo alterno o continuo

El caso de Una Guerra Brillante (The Current War, 2017) es muy raro porque hablamos de una de las pocas ocasiones en las que un director pudo revertir antes de la fecha de estreno el supuesto “toqueteo” por parte del productor -nada menos que Harvey Weinstein- y ofrecerle al público su visión del film, circunstancia que lamentablemente no es garantía de nada porque incluso así la película deja mucho que desear: con una llegada a las salas pautada para 2017, este opus de Alfonso Gómez-Rejón quedó en un limbo luego de su triste paso por el Festival de Toronto, donde recibió críticas negativas, y las acusaciones de abuso sexual contra Weinstein, un señor que fue expulsado de su compañía y de forma colateral provocó que la obra sea vendida a distintos distribuidores. El realizador pronto presionó a Martin Scorsese, uno de los tantos productores ejecutivos, para que le permita volver a rodar varias escenas y reeditar el metraje en su conjunto, cosa que efectivamente ocurrió.

No obstante a la propuesta se la puede seguir acusando de lo mismo que se la acusaba antes de la catarata de transformaciones de estos dos años de cajoneo, en esencia de no saber cómo aprovechar del todo una de las historias más fascinantes del capitalismo moderno, la llamada “guerra de las corrientes” entre Thomas Alva Edison (Benedict Cumberbatch) y su energía continua por un lado y George Westinghouse (Michael Shannon) y su corriente alterna por el otro. El guión de Michael Mitnick incorpora todos los latiguillos posibles del enfrentamiento por dominar el multimillonario -y por entonces naciente- negocio del tendido eléctrico urbano, como la colección de mentiras de Edison con respecto al carácter mortífero de por sí de la corriente alterna y la contraofensiva de Westinghouse de colocar bajo su ala al gran Nikola Tesla (Nicholas Hoult), un inventor e ingeniero serbocroata que ya había trabajado para Edison y probado sin nada de suerte la independencia empresaria.

Una Guerra Brillante cuenta con una primera mitad muy interesante pero de a poco entra en crisis de la mano de personajes algo caricaturescos, situaciones trilladas, un enfoque demasiado previsible, sorprendentes baches narrativos esporádicos y nulas ideas novedosas dentro del formato de “drama de época”, más aun en uno de esta estirpe que gusta de presentarse como ágil y sutilmente aguerrido vía una dialéctica semejante a un partido de tenis en el que la pelota pasa de un lado al otro de la cancha de manera permanente. Aquí Edison y Westinghouse, además de figuras centrales del protocapitalismo eléctrico de finales del Siglo XIX, aparecen un tanto reducidos a rasgos superficiales: el primero es un ególatra que llora la muerte de su esposa y el segundo resulta bastante más tranquilo y vive bajo la sombra de los recuerdos de su participación en la Guerra de Secesión. La película, como todo opus profundamente desparejo que busca abarcar mucho más de lo conveniente, trabaja bien el intento de Edison de desprestigiar el sistema de la competencia promoviendo el desarrollo de la silla eléctrica de Harold P. Brown, basada de hecho en la energía alterna.

Quizás el doble pecado más grande del film de Gómez-Rejón, cuya obra previa fue la apenas prolija Yo, él y Raquel (Me and Earl and the Dying Girl, 2015), pase primero por su recurrente incapacidad a la hora de construir protagonistas de carne y hueso alejados de la parafernalia naif hollywoodense, y segundo por su decisión de no concederle una mayor preponderancia a Tesla, figura hoy mítica y enigmática que sobrepasó por mucho el legado de los otros dos señores, en suma empresarios vanguardistas aunque también charlatanes y ladrones del trabajo ajeno, siempre adeptos al canibalismo del mundo de los negocios a gran escala. Dicho de otro modo, Una Guerra Brillante no pasa vergüenza porque las actuaciones son admirables y la fotografía de Chung Chung-hoon -colaborador habitual de Park Chan-wook- es en verdad excelente, pero tampoco logra destacarse en un trayecto desabrido con una resolución obvia por esa corriente alterna hoy omnipresente gracias al aporte teórico y el motor del amigo Nikola, detalle que la película traduce en un desenlace anticlimático con la Exposición Mundial de Chicago de 1893 como coyuntura principal…