Una especie de familia

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

UNA MONTAÑA RUSA MORAL

Diego Lerman es un director valiente, no tanto por los temas que aborda sino por la forma en que elige abordarlos, especialmente en sus últimas dos películas (Refugiado y esta Una especie de familia) donde no sólo trabajó similitudes temáticas y narrativas, sino también porque encontró un estilo que funde el cine autoral con un registro más industrial y genérico. En ambas películas la familia es el centro, su disolución y reconstrucción o su construcción lisa y llana, y también el punto de vista femenino asolado por la violencia machista o por la violencia institucional como en este caso. Pero en Una especie de familia ese punto de vista femenino se desdobla en los roles de Malena (Bárbara Lennie), la mujer que va la Mesopotamia a buscar un hijo adoptivo, y Marcela (Yanina Avila, actriz no profesional que nos regala la escena más impactante y emotiva de toda la película), la madre biológica de ese niño que se convierte en una suerte de botín de guerra a espaldas de un estado ausente y tironeado entre múltiples intereses espurios y aberrantes. En el medio, claro, el deseo obsesivo de la maternidad, y otros deseos de clase que quedan sutilmente sugeridos y atropellados por el tour de force al que se ve sometida la protagonista en territorio extraño.

Como en Refugiado, Lerman encuentra la manera de abordar temáticas sociales desde una suerte de cine espectacular sin caer en el entretenimiento abyecto: Una especie de familia habla de los problemas de la adopción, pero se aleja tanto de la denuncia lineal como de la posibilidad de convertirse en material de debate para magazines televisivos con panelistas. De ahí la valentía señalada anteriormente: su cercanía con el thriller la aleja del vacuo esteticismo festivalero y del regodeo intelectual en el que muchas veces caen estas propuestas, a la vez que la imposición de un registro autoral en el que las cosas son sugeridas antes que pre-digeridas y explicitadas permite que la película crezca mucho más allá del tema que transita. Hay momentos en los que Lerman camina por una delgada cornisa en la que se puede llegar a caer del lado Iñárritu de la vida, pero gracias a su habilidad como narrador su película nunca cede al miserabilismo típico del realizador mexicano. Una especie de familia denuncia con herramientas puramente cinematográficas (ahí se luce una memorable secuencia con la protagonista acechada por una plaga de langostas), donde el uso del sonido y el fuera de campo son instancias clave para construir un clima de constante tensión, un universo de mercancía humana y desaprensión.

Hay en la película, eso sí, una instancia en la que el drama social no fluye adecuadamente con los trucos del thriller, como sí ocurría en la perfecta Refugiado. Se me ocurre ahora la secuencia de la requisa policial, donde las decisiones de los personajes parecen demasiado extemporáneas y hasta forzadas por el guión para desencadenar un nuevo giro en la trama, más allá de que se pueda comprender ligeramente cómo el nerviosismo hace mella en la lógica de los personajes. Y hasta incluso molesta un poco la verbalización de cierto episodio del pasado que comentan Malena y su marido, que atenta contra la sutileza del resto del relato: ese episodio motoriza lecturas sobre el comportamiento de la protagonista que hasta ahí permanecían ausentes y hacían mucho más intrigante el recorrido.

Pero claro, Lerman es un gran director y logra sortear los escollos que el guión impone (tal vez demasiado concentrado en la protagonista, y a riesgo de perder un poco la potencia de algunos personajes de reparto como el médico que interpreta Daniel Aráoz) con la construcción de imágenes poderosas, como en esa última secuencia donde, al igual que en un western, dos personajes se estudian, se observan tratando de comprender del otro aquello que no terminan de decodificar, mientras el paisaje los va moldeando dejando huellas imposibles de borrar. En ese final, Lerman sintetiza el viaje de su protagonista -e incluso el del espectador- por una montaña rusa moral que no parece tener final.