Una cita, una fiesta y un gato negro

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Supersticiones, miedos y jettatores

Como comedia que se precie de tal, Una cita, una fiesta y un gato negro, opera prima de Ana Halabe, tiene un comienzo alentador con un montaje veloz que presenta situaciones y personajes, en especial el de Gabriela (Julieta Cardinali).

Pero los gags eficaces languidecen luego de la primera aparición de Felisa (Leonora Balcarce), motivo central de la trama y de las obsesiones de Gabriela, ya que el reencuentro de las dos amigas en lugar de profundizar el tema central expande el argumento hacia otras zonas alejadas de la comedia de situaciones.
De allí en más, las sospechas de Gabriela sobre la mala suerte que la persigue, supuestamente debido a su amiga, ingresan en un tono de comedia familiar e institucionalizada, con personajes estereotipados y de discutible interés, o en todo caso, que ya ocuparon una buena parte del cine argentino de los ’80. Más aun, Una cita…, por momentos parece una acumulación de remiendos argumentales que identificaron al género hace 20, 30 años, no sólo desde el guión sino también a través de una puesta de cámara que recuerda a la televisión en blanco y negro. Esa estética apolillada y vetusta viene acompañada por una banda de sonido invasiva y chirriante que acompaña las imágenes de manera enfática casi toda la película. Entonces, aquella originalidad del comienzo, en lugar de elegir un tono alocado, absurdo y hasta aferrado a tópicos del terror por aquello del personaje “yeta”, descansa en un criterio de puesta en escena demodé y de transparente fecha de vencimiento.
Si las dudas de Gabriela por la infidelidad de su marido (Mirás) y los infortunios en su trabajo se vinculan o no con la súbita reaparición de su amiga Felisa, poco agrega a una trama narrada con poca prisa, mucha pausa y sin demasiados momentos felices emparentados con los códigos que identifican al género. Julieta Cardinali y Leonora Balcarce invierten todo el esfuerzo posible componiendo dos personajes desvaídos, como si pidieran a gritos un texto eficaz y contundente de inmediata transferencia al espectador.