Una buena mentira

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Con las mejores intenciones

La guerra civil en Sudán dejó no sólo miles de muertos, sino también millones de desplazados que terminaron en inmensos campos de refugiados instalados en Kenya. Esta película del canadiense Philippe Falardeau (el mismo de la multipremiada Profesor Lazhar) se inspiró en hechos reales para narrar la historia de cuatro huérfanos que llegaron a Kansas en el marco de un programa humanitario del gobierno estadounidense.

En su nuevo destino, sin dominar el idioma ni mucho menos las costumbres, tres de ellos (la única mujer es enviada a vivir con una familia en Boston) son recibidos por Carrie Davis (Reese Witherspoon), una joven bastante cínica que tiene como misión ayudarlos a encontrar trabajos (bastante precarios, por cierto).

La película se cuida de exaltar a los Estados Unidos como el paradigma de la generosidad (los recién llegados deben devolver el costo del pasaje y luego se toparán con problemas burocráticos con los papeles), pero igual no puede trascender del todo el sesgo aleccionador, el sentido de concientización tan propio de la corrección política y que aquí se percibe durante buena parte del relato.

En el terreno de las relaciones humanas, Falardeau ofrece una cuantas viñetas divertidas a la hora de exponer las contradicciones sociales y las diferencias étnicas, pero tampoco puede evitar ese vuelco tan hollywoodense que hace el personaje en un principio tan licencioso y superficial como el de Witherspoon hasta convertirse en una conmovida luchadora por los derechos de los refugiados. Así, Una buena mentira resulta una propuesta tironeada entre la nobleza de sus intenciones, su solidez narrativa y sus evidentes limitaciones y lugares comunes.