Un viaje en el tiempo

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

De paseo por el tedio

Hollywood es una industria de lo más heterogénea que engloba distintas vertientes, a saber: una independiente que trata de sobrevivir con presupuestos magros y un buen estándar de profesionalidad, una clase B que funciona como un espejo -a veces socarrón, en otras ocasiones más serio- de los grandes productos destinados a la exportación, un circuito de películas orientadas a los festivales internacionales y de influjo artístico e inconformista a la vieja usanza, y finalmente el mainstream que todos conocemos, ese que funciona cada vez menos mediante la calidad de sus films y cada vez más vía el aparato publicitario/ de marketing de turno. A pesar de que este último es el sector más poderoso, la ironía del caso reside en que está atravesando una crisis muy profunda tanto por la piratería como por su propia mediocridad, obsesionado con eso de repetir clichés y crear franquicias ad infinitum.

Basta con pensar en las películas de superhéroes o las sagas adolescentes o las comedias huecas de las últimas tres décadas para entender hasta qué punto las fórmulas pasaron a dominar el enclave comercial de Hollywood. Uno de los estudios que patentó esta línea de producción sustentada en creaciones anodinas e intercambiables es Disney, lo que por cierto no implica que de vez en cuando no nos encontremos con alguna anomalía (al fin y al cabo, todo el ámbito cultural está construido de contradicciones varias). Lamentablemente Un Viaje en el Tiempo (A Wrinkle in Time, 2018) ni siquiera califica como rareza negativa, como una de esas propuestas que hacen todo mal y que por ello se terminan despegando del resto, ya que aquí estamos simplemente frente a una obra tan pero tan aburrida y en pose melosa que termina desdibujando su público potencial, léase los niños/ niñas y los púberes.

Uno comprende la pluralidad de problemas del opus cuando identifica a la realizadora Ava DuVernay, quien en esencia posee una enorme experiencia previa como publicista cinematográfica: la película, centrada en una misión de rescate de un hombre atrapado en un planeta lejano por parte de tres jóvenes y tres viajeras astrales símil hadas, cuenta con diálogos remanidos de manual de autoayuda, actuaciones muy flojas, un ritmo cansino que empantana la narración continuamente, poquísimas ideas potables a nivel CGIs, secuencias de acción bien elementales, cero desarrollo de personajes y un guión en general -firmado por Jennifer Lee y Jeff Stockwell, a partir de una novela de 1962 de Madeleine L'Engle- que se parece peligrosamente a esos films/ panfletos de la derecha estadounidense de los últimos años, vinculados a difundir una especie de misticismo cristiano de cartón pintado.

Para colmo de males el tono entre fúnebre y de sermón sentimentaloide dominguero está complementado de manera permanente con una estructura que pretende unificar detalles de clásicos como La Historia sin Fin (The NeverEnding Story, 1984), Laberinto (Labyrinth, 1986) y hasta Más Allá de los Sueños (What Dreams May Come, 1998), circunstancia que hace que la experiencia sea aún más dolorosa para el espectador. Después tenemos problemas que hablan más del mainstream contemporáneo que de otra cosa: una duración excesiva (109 minutos que se hacen eternos), un elenco con todas las razas del planeta (hoy se eligen etnias, no actores), sobreexplicaciones redundantes (equivalen a carteles luminosos que piden a los gritos que interpretemos la trama de determinada forma) y un melodrama de fondo ejecutado sin un gramo de imaginación o carnadura (la impronta light y pasteurizada lo cubre absolutamente todo, generando un producto destinado a nadie en especial de tanta impersonalidad acumulada). Más que ante “un viaje en el tiempo” estamos frente a un paseo rutinario por el tedio de la mano de gente sin talento -rescatemos a Reese Witherspoon como una de esas hadas tácitas, la única actriz que aquí se molesta en actuar en serio y/ o posee un mínimo carisma- y sin nada para decir más allá de reforzar la demacrada unidad familiar, sustentar la fe en guardianes supraterrenos y demás residuos de tiempos pasados muy oscuros que aún se niegan a morir a puro conservadurismo cultural…