Un viaje de diez metros

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Cine diet

Las apariencias no siempre engañan, y es por esta razón que esos planos folclóricos del inicio de Un viaje de diez metros, filme basado en la novela homónima de Richard C. Morais, en los que se ven los pequeños locales de las calles diminutas de Mumbai, ya permite tener una idea de qué es este nuevo filme de Lasse Hallström: una fantasía occidental sobre la ingenuidad de los indios. O la infantilización de una cultura ancestral.

Una familia india dejará por razones políticas su país y emigrará primero a Inglaterra y posteriormente a una aldea de la campiña francesa. Cuando logran asentarse y conjurar su destino nómada, los Kadam ponen un restaurante de comida india, pero no será fácil: Francia es el país de la gastronomía. ¿Un choque de civilizaciones? No, pero sí un enfrentamiento culinario entre dos tradiciones dietéticas extraordinarias, que aquí estará encarnado en forma de competencia. Sucede que el palacio de comidas de los Kadam está literalmente a diez metros de un restaurante de elite liderado por Madame Mallory. Un par de panorámicas en picado resaltarán el "campo de batalla", una locación un poco alejada del pueblo, acaso una suerte de limbo, más inverosímil que la existencia real del ratón de la maravillosa Ratatouille.

Si bien habrá atisbos de la xenofobia francesa, la "guerra" entre los dos restaurantes se transformará paulatinamente en un encuentro con los Otros. Uno de los hijos de la familia india, Hassan, es un genio de la cocina. Tarde o temprano será el chef de ambos negocios, incluso alcanzará la cúspide de la gastronomía gala, en una época en la que el arte culinario es una ciencia. A este héroe del curry tampoco se le negará el amor, y quién sabe si el padre viudo no tendrá una segunda oportunidad con la solterona Mallory.

Un viaje de diez metros está a miles de kilómetros de un filme como Amor a la carta, una película india en la que la comida también juega un facto decisivo, pero en donde se retiene la singularidad de una cultura. La elegancia de esta última brilla por su ausencia en este pastiche de lugares comunes ilustrados. Ni siquiera los planos secuencia en el momento en el que los Kadam construyen su nuevo restaurante se desmarcan de la impostura general y el deseo de agradar con los peores condimentos del cine: saturación en la paleta de colores, planos "bellos" en todo momento, música por doquier. Subrayar es la regla y, como siempre, es la peor forma para darle sabor a una película.

Las razones atendibles para ver este portento del kitsch multicultural pasan por la simpatía del gran Om Puri en el papel del padre, la nobleza fotogénica de Manish Dayal y la elegancia imbatible de Helen Mirren.