Un viaje de diez metros

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Un plato demasiado artificial y empalagoso

En los primeros minutos de este film se define rápidamente el tono de lo que se verá a continuación. Al relatar la historia de su vida y las razones de su familia para ir a Europa, Hassan Kadam (Manish Dayal) le cuenta a un oficial de migraciones que su salida de Mumbai ocurrió luego de una tragedia en la que murió su madre y perdieron todo lo que tenían. Y entonces vemos los actos de vandalismo provocados por -según nos explica el joven- "una elección donde alguien ganó y otro perdió". Si el diálogo pretendía ser gracioso falló estrepitosamente, pero sí advierte sobre lo que vendrá: un relato superficial que roza temas como la xenofobia, las obligaciones familiares, la identidad y hasta la patria, pero no se detiene en ninguno de ellos ni le interesa dotarlos de emoción o profundidad. Porque acá lo que importa es la comida.

"Sí, la comida te hace recordar", dirá uno de los personajes mientras unos tomates y ajíes tendrán la dudosa suerte de ser enfocados con tal cuidado que en lugar de parecer apetitosos resultan plásticos, artificiales. Tan artificiales como las emociones que provoca el relato que cruza a los Kadam, comandados por Papá -interpretado por el maravilloso Omar Puri- con Madame Mallory, la dueña del sofisticado restaurante que quedará justo a 10 metros del que abrirán ellos llevando consigo algo de los sabores de la India a un pintoresco pueblito francés.

Dirigida por el sueco Lasse Hallström, este film queda bien lejos de su trabajo en Un amor imposible (Salmon Fishing in the Yemen) y, en cambio, se suma al grupo de sus películas como Chocolate, Un lugar donde refugiarse y Querido John, todas ellas, como ésta, adaptaciones de best sellers en las que el director se debate entre el empalago y la insipidez.

Pero claro, Helen Mirren está ahí para insuflarle vida al film y a todas las escenas en las que participa, aunque el acento francés al que está obligada a utilizar no lo sienta. De todos modos, consigue dotar a su Madame Mallory de un espesor que eleva todo el film, especialmente cuando comparte escenas con Puri. Juntos insinúan lo que la película podría haber sido, pero no es.

Es que en el afán de contar la historia de vida del genio culinario Hassan insistiendo con poco inspiradas metáforas gastronómicas -los peligros de una descuidada adaptación de la página a la pantalla- Un viaje de 10 metros termina convertido en un producto que a papá Kadam y al resto de los suyos los hubiera dejado helados.