Un tren a Pampa Blanca

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El tren de la vida

Desde hace 30 años, el Tren Alma (en verdad, tres vagones acondicionados como hospital ambulante que van adosados a una formación del Belgrano Cargas) recorre los 1.700 kilómetros que separan a Buenos Aires de Pampa Blanca, un recóndito pueblo jujeño abandonado a la buena de Dios, para intentar paliar las gravísimas consecuencias de la pobreza endémica (Chagas, tuberculosis, desnutrición, infecciones varias, problemas neurológicos). Decenas de entusiastas pediatras, odontólogos, enfermeros, etc. han viajado en misiones asistenciales para ayudar a los más necesitados, a los olvidados del sistema.

Puede que esta opera prima de Fito Pochat resulte demasiado "simple", "políticamente correcta" o poco "autoral" para aquellos que defienden a ultranza el "nuevo" documental (ese en el que la primera persona tiene a veces más importancia que lo que se narra), pero lo cierto es que -aún con algunas mínimas "desprolijidades"- Un tren a Pampa Blanca es un film valiente, honesto, tan duro como necesario.

Pochat y su equipo viajaron muchas veces y durante bastante tiempo para conocer no sólo a los profesionales que dedican parte de su vida a ayudar a los más pobres sino también para involucrarse directamente con los pobladores -en su gran mayoría de origen indígena- que subsisten en condiciones infrahumanas (casi todos están desempleados o trabajan por monedas en la cosecha del tabaco). El film muestra la falta de presencia del Estado (y cuando está, con todas las miserias propias de la peor política), el nulo conocimiento respecto de los métodos anticonceptivos y la absoluta precariedad alimentaria y educacional que impera en la zona.

Sé que mucha gente (me pasa a veces también a mí) huye de los documentales sociales que abordan temas fuertes como éste, pero bien vale sobreponerse a los prejuicios, dejar de hacernos los distraidos, y acercarse al Arteplex Belgrano o al Gaumont (que además tienen entradas a precios muy accesibles) para conocer la cara menos visible -y más dolorosa- de la Argentina profunda. El país que no miramos.