Un nuevo camino

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El arte terapéutico

Las películas sobre esquizofrénicos, discapacitados y autistas en general son toda una institución dentro del mainstream hollywoodense porque permiten apelar a la sensibilidad del público desde una facilidad más que evidente, concepción que suele olvidar que el cliché detrás de todo el asunto -en términos narrativos- deriva en cansancio y la anulación de esa pretendida empatía automática de fondo. Un Nuevo Camino (Please Stand By, 2017) es un exponente indie del rubro que cae en la esperable mediocridad pero por lo menos no llega a despertar la vergüenza ajena de tantas otras propuestas semejantes centradas en el padecimiento de la o el protagonista y en algún objetivo social o individual autofijado que habilite al personaje a probarse a sí mismo en un entorno que nunca está dispuesto a aceptar al diferente o aunque sea tratar de interpretarlo/ entenderlo en sus problemas y necesidades.

En esta ocasión la paciente de turno es Wendy (Dakota Fanning), una chica con Síndrome de Asperger, una variante del autismo relacionada con la ansiedad, la depresión, el carácter irascible, el comportamiento compulsivo y diversas dificultades para la comunicación y la interacción social. La joven vive en un hogar especial al cuidado de Scottie (Toni Collette), trabaja en una cadena de reposterías y tiene como única familia a su hermana Audrey (Alice Eve), quien a su vez tuvo una beba llamada Ruby a la que Wendy aún no conoce por su disposición emocional un tanto impredecible y su tendencia a exaltarse, a gritar y a hacerse daño. Luego de una visita de Audrey que provoca un episodio violento de Wendy, la muchacha decide trasladarse hasta Los Ángeles para entregar un guión de su autoría con motivo de un concurso de Paramount Pictures centrado en Viaje a las Estrellas (Star Trek).

Adoptando el formato de las road movies, esta obra del veterano Ben Lewin se dedica a retratar el atribulado periplo de Wendy en pos de acercar el guión y -en simultáneo- el “intento de rescate” encarado por su hermana, Scottie y el hijo adolescente de esta última, Sam (River Alexander). La protagonista tiene la mala idea de llevar con ella a Pete, su encantador chihuahua, lo que deriva en que la bajen del micro cuando el perrito orina el interior. A partir de ese momento los infortunios se acumulan uno tras otro: luego le roban gran parte de su dinero, la tratan de estafar en una tienda, entabla conversación con una anciana que la convence de subirse a otro ómnibus y así termina formando parte de un accidente en la carretera y acabando en un hospital, del cual se fuga aunque no sin antes perder muchas páginas de su guión en el trajín, todas volando en el viento gracias a la prisa.

En el fondo se agradecen las buenas intenciones del film y el catálogo de referencias old school a la querida serie de Gene Roddenberry del guión de Michael Golamco, basado asimismo en su propia puesta teatral, no obstante la experiencia resulta algo pobretona y carente de verdadera imaginación porque si bien el desempeño del elenco es muy bueno, el sustrato conceptual jamás va más allá de remarcar el porfiar de Wendy -más vinculado a una simple compulsión de su enfermedad que a una gesta ideológica intensa- con vistas a entregar en mano su trabajo (la excusa es que faltan dos días para el cierre del concurso y no habrá retiro de correspondencia porque uno es domingo y el otro un lunes feriado). Lewin privilegia un naturalismo sádico y evita los finales felices facilistas de hoy en día pero lo cierto es que desperdicia la oportunidad de profundizar en la capacidad terapéutica del arte, en este caso la literatura, ya que opta por entretenerse demasiado con las minucias de una odisea en la que Pete termina siendo mucho más interesante que la protagonista…