Un mundo conectado

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El (sin)sentido de la vida

Hubo una vez un director que hacía películas vanguardistas y provocativas. Hoy, Terry Gilliam es apenas una sombra, un fantasma o simplemente una mala imitación de sí mismo. En este sentido, Un mundo conectado es una suerte de “grandes éxitos” de sus films anteriores (sobre todo de su clásico Brazil), sólo que esta vez nada funciona (salvo, si se quiere, el vistoso diseño de producción).

Gilliam nunca fue un director sutil (la ampulosidad es una de sus marcas de fábrica), pero en los últimos año se volvió cada vez más y más obvio, redundante… ¡y menos gracioso! Pese a los conmovedores esfuerzos del aquí pelado Christoph Waltz por sostener el material que le toca en suerte (o en desgracia) casi ninguna situación resulta inteligente, inquietante ni divertida. Así, la película genera un efecto bola de nieve irritante en su acumulación de situaciones torpes y subrayadas.

¿De qué va Un mundo conectado? De las desventuras de Qohen Lethun (Waltz), un científico (o experto en tecnología, o algo así), un pobre tipo, neurótico, traumado hasta la médula, con problemas de personalidad (habla siempre de “nosotros”), tímido hasta lo fóbico, que trabaja a destajo para una corporación explotadora. Este antihéroe solitario espera que un llamado le explique el sentido de la vida… mientras lleva una vida sin sentido. Embarcado por decisión de su supervisor (David Thewlis) y su patrón (Matt Damon) en un proyecto denominado The Zero Theorem, empieza a vincularse con una psicóloga a distancia (Tilda Swinton), con la bella y seductora Bainsley (Mélanie Thierry) y con un entusiasta y joven asistente (Lucas Hedges), pero pronto descubrirá que todos forman parte de la misma confabulación.

En esta distopía bastante berreta (la alienación, las omnipresentes publicidades, la realidad virtual que lo lleva a una playa paradisíaca) se hablará de “una abeja en un panal” y otras frases por el estilo que explican lo que ya queda suficientemente claro desde el primer fotograma. Gilliam parece haberse quedado sin ideas originales y cae demasiado seguido en la auto indulgencia y el piloto automático. Un film que, en definitiva, no me animo a recomendárselo ni siquiera a los más fieles seguidores del ex Monty Python.