Un hombre serio

Crítica de Maximiliano Curcio - EscribiendoCine

Parte de la religión

De un talento y una imaginación inagotable, los Coen nos traen de vuelta ese humor agrio y mordaz que caracterizó su mejor época. Con Un hombre serio (A serious man, 2009) nos presentan una fábula social con la conflictiva relación de un hombre consigo mismo. Espiritualismo y religión se entrecruzan en la rutina de la clase media, plasmando lo imponderable de lo imprevisto. La trivialidad de lo cotidiano se convierte para este pobre hombre en un descenso a los infiernos.

Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), profesor de física de una universidad situada en una población tranquila de Minneapolis, ha descubierto la infidelidad de su esposa (Sari Lennick). Casi como un efecto dominó, deberá lidiar con un intento de soborno en su trabajo y dos hijos en conflictiva adolescencia. Contemplando como los valores y pilares de su vida se derrumban frente a si, su vida en apariencia perfecta deja de tener sentido. Las piezas del rompecabezas dejan de ocupar su lugar y este hombre serio, correcto, fiel y entregado a sus principios, se vera falto de metas, inmerso en un profundo trance religioso.

No hace falta decir a estas alturas que los hermanos Coen son de los más destacados estandartes del cine independiente de Hollywood. En las ultimas dos décadas y media han creado joyas cinematográficas indiscutibles, desde Simplemente Sangre (Blood Simple, 1984) hasta Quémese Después de Leerse (Burn Alter Reading, 2008). Y a lo largo de la filmografía de los Coen existen huellas autorales que permanecen inalterables, reconocible en todas sus obras: el humor negro que profesan sus personajes y esa extraña e inmensa capacidad para poner el punto de atención sobre insignificancias que en la cotidianeidad pasan desapercibidas. Los Coen encuentran riqueza para desarrollar una situación, plantear cuestionamientos a grandes paradigmas sociales y bucear en la psiquis del hombre común y corriente.

En Un hombre serio se ataca y cuestiona al practicantismo fanático de la religión, ese que busca consuelo en sus creencias para superar la frustración de lo incomprensible. El blanco certero es un hombre en apariencia ciudadano ejemplar, que en su pasividad y apatía, es un fiel espejo de cierto sector de la sociedad americana, a la que los Coen también intentan despertar de un sueño idílico y eterno -con crueldad- dejando ver sin tapujos sus debilidades e incertezas.

Poniendo en el ridículo más de un mandato litúrgico y desnudando el sentido de la tragicomedia que se ríe de si misma, los Coen izan su bandera de buen cine. Fieles a sus principios, cuestionan hasta el mismísimo sentido de la vida y dejan salir a la superficie más de un recuerdo de la infancia que le da al film un tinte autobiográfico.