Un hombre llamado Ove

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Un gruñón demasiado sensiblero

La comedia dramática -o, en este caso- el drama con escasos toques de comedia sobre un señor mayor solitario (viudo o soltero) gruñón, hosco y que no quiere a nadie y de alguna manera algo o alguien logra ablandarlo tiene numerosos exponentes. Entre ellos, St. Vincent (con Bill Murray), Mejor... imposible (muy buena comedia de James L. Brooks, con Jack Nicholson) y Gran Torino (gran cine de Clint Eastwood). Lamentablemente, Un hombre llamado Ove, que estuvo entre las nominadas al Oscar como mejor película de habla no inglesa este año, no llega a los niveles de ninguna de las mencionadas.

Ove es un viudo muy amargado, intolerante y de malos modales, y la película de Holm -director de otras propuestas masivas suecas como las películas sobre la familia Andersson- lo deja en claro varias veces. En el presente vemos las relaciones de Ove con sus vecinos y en flashbacks, diversos episodios de su vida. La familia que lo cambiará se va acercando entre demasiada música que refuerza lo que ya sabemos, en un relato al que le cuesta horrores fluir y que para integrar los diversos tonos recurre a simplismos inadmisibles. Así, el humor negro de la primera parte suena extemporáneo, como un elemento (de) más que estira un relato demasiado gastado y adocenado para durar casi dos horas, sobre todo con una media hora final que nos asfixia -al cine y a nosotros- con burdos recursos y una grosera acumulación de golpes bajos.