Un gran dinosaurio

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Película familiar noble y disfrutable

Un gran dinosaurio -película con una problemática producción que incluyó la salida de su director original, Bob Peterson; un cambio de rumbo artístico; el reemplazo de los intérpretes que aportaron sus voces, y una demora de 18 meses en su lanzamiento- parecía destinada a convertirse en una catástrofe para Pixar. Nada de eso. Si bien está lejos de alcanzar las cimas de gemas como WALL-E o la saga de Toy Story, se trata de una más que digna propuesta.

Podrá argumentarse con razón que la historia es más convencional y sentimental que en otros films previos del estudio liderado por John Lasseter, que se parece más a una película clásica de Disney que a los proyectos arriesgados de Pixar, que no tiene tantos atractivos para el público adulto, pero así y todo el cuento funciona muy bien y -aquí reside su principal mérito- es un prodigio técnico-artístico.

Se sabe que animar el agua es uno de los mayores desafíos para cualquier producción, y aquí un río correntoso (y en cierto momento hasta unas cataratas) está casi siempre presente. Otra reto era lograr que los paisajes hiperrealistas no entraran en contradicción con los personajes caricaturescos (sobre todo los dinosaurios). Los resultados, en ambos casos, son notables.

La película narra la historia de Arlo, un dinosaurio de 11 años que sufre la muerte de su padre (otra constante del mundo Disney) y, tras caer en un río caudaloso, se pierde en medio de la naturaleza salvaje. Inseguro y torpe con su cuerpo voluminoso, el típico antihéroe deberá enfrentar diversos peligros en su largo y tortuoso regreso al hogar. En el camino se topará con un niño salvaje llamado Spot, que se convertirá en su inseparable mascota (en un simpático juego de inversiones el animal aquí habla y es el verdadero protagonista, mientras que el humano no dice ni una palabra y hace las veces de risible ladero).

Con un look muy bello de paisajes a la National Geographic mostrados con inmensas panorámicas y tomas cenitales, mucho humor físico (puro slapstick) y un buen segmento que apuesta a la estética de western (allí aparecen los T-Rex, pero ya no en plan sanguinario, sino como viejos sabios de las praderas), Un gran dinosaurio puede no resultar un paso trascendente en la riquísima historia de Pixar, pero tampoco es uno en falso. Se trata de una película familiar noble y disfrutable. A esta altura, no es poca cosa.