Un espía y medio

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Un espía y medio: la revancha del perdedor

En un contexto en el que muchas comedias de Hollywood -incluso las exitosas en el Norte- no se estrenan en los cines locales, es llamativo el lanzamiento de Un espía y medio. Kevin Hart es una megaestrella en Estados Unidos, pero no aquí. Dwayne Johnson -antes conocido como The Rock- sería el factor de venta, porque si bien Rawson Marshall Thurber tiene un par de buenos antecedentes como Cuestión de pelotas y ¿Quién *&$%! son los Miller?, no es este un caso de director de los que se resaltan en los afiches.

Un espía y medio es una de esas difíciles comedias que mezclan humor y acción, de la variante en la que se ven debilitados los dos elementos. La trama de acción y traiciones no logra ser ni verosímil ni llega a ser lo suficientemente libre y delirante, y la mayoría de las secuencias de persecuciones y enfrentamientos tiene que explicarse con diálogos, antes o después de cada evento atado a revelaciones de espionaje o traiciones, lo que lleva a una progresiva lentificación del ritmo y la caída del interés.

Hart hace de uno de esos personajes de tipología fundamental del cine americano: el underachiever, el que "daba para más". Calvin Joyner (Hart) fue el alumno destacado del secundario, el que probablemente iba a triunfar en la vida. Veinte años después, las cosas no le han salido como esperaba, y antes de la fiesta de reunión por el vigésimo aniversario reaparece el compañero del que se mofaban, ahora con un físico privilegiado, otro nombre y un trabajo en la CIA (Johnson).

A partir de esa reunión, sobre todo en los momentos iniciales del encuentro, se suceden algunos chistes con algo de eficacia. Por su parte, Johnson no es malo para la comedia y hasta gobierna una noción de timing poco ortodoxa, pero con cierta gracia que surge, entre otras fuentes, de la contradicción que se plantea entre su físico gigantesco y su sonrisa franca, que puede ser casi angelical. Johnson, dueño de un potente carisma -cualidad muchas veces inefable, intransferible-, es más grande que esta comedia un tanto anémica que explica demasiado, con el tan extendido y molesto mal del énfasis musical, que permite entender el tono de lo que sucede en la pantalla sin necesidad de mirarla.