Un día en Constitución

Crítica de Fredy Friedlander - Leedor.com

Dentro del vasto conjunto de documentales que se vienen estrenando en nuestro país, “Un día en Constitución” no quedará entre lo más memorable de dicha producción.

Es una lástima porque a las bellas imágenes iniciales les faltó, a modo de complemento, un guión más elaborado. Son esos primeros minutos los más interesantes cuando la cámara va recorriendo los lugares característicos de cualquier estación Terminal de ferrocarril con sus puestos de ventas de comestibles, bares, viejas locomotoras, pantallas con anuncios de horarios de trenes y de videos publicitarios.

Hasta allí nada inesperado ocurre, salvo que el film irá introduciendo de a poco a varios personajes que uno adivina se irán relacionando entre sí.
Es el caso de un hombre mayor que duerme en un recoveco de la estación y a quien otro despierta instándolo a trabajar. El primero toma un instrumento musical, que resulta ser un violín además de su medio de vida.
Una chica con rasgos “provincianos” se encuentra con una amiga y un hombre trajeado la mira con insistencia. El espectador pronto adivina cual es su medio de subsistencia.
Menos claro resulta el caso de un hombre con portafolio a quien un policía vigila de cerca hasta que, cuando lo persigue por uno de los andenes, le pierde la traza.
Hay también una extraña y joven pareja. Cuando él expresa ante cámara: “increíble, estamos en Buenos Aires”, queda claro que se trata de un turista del hemisferio norte. Pero la chica, de acento porteño, de golpe desaparece dejando al extranjero sólo en un banco de la estación.
La galería de personajes se completa con una chica que trabaja en un bar, un hombre con bastón acompañado de un cameraman y un grupo de jóvenes entrenando en una especie de gimnasio de boxeo en pleno subsuelo. Además del público y de gente que desfila dentro de la estación con bombos y cánticos contra la conducción de la Unión Ferroviaria.
Todo estaba preparado para que algo aconteciera con algunos de las persones antes mencionadas pero lamentablemente hacia el final los esperados cruces de personajes aportan poco interés a la trama. La chica del bar termina de trabajar y se encuentra con el ya no tan misterioso hombre del portafolio. La que acompañaba y aparentemente abandonaba al turista lo vuelve a reencontrar, mientras que el hombre del violín le pide a ella un cigarrillo. Y el día en Constitución termina sin que quede muy claro que quisieron transmitir Juan Dickinson, el director y Enrique Cortés, su coguionista.