Tully

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Una sirena de Nueva York

En Tully (2018) la dupla de Jason Reitman en la dirección y Brook Busey-Maurio en guión, conocida por su seudónimo Diablo Cody, responsables del film Juno (2007), regresan nuevamente con una película sobre la femineidad en todas sus dimensiones a través de la semblanza de una mujer agotada física y psicológicamente por las tareas que debe emprender cada día para mantener la rueda de la rutina cotidiana girando.

Embarazada, casi a punto a parir, con un marido un tanto apático y agobiado por su trabajo, y dos hijos, uno de ellos hiperactivo y con leves trastornos obsesivos, Marlo (Charlize Theron) es una típica mujer de clase media abrumada por el rumbo que su vida ha tomado, nostálgica de su juventud y los sueños de libertad neoyorkinos. Al borde de un colapso nervioso y de un ataque de furia, la mujer enfrenta la noticia de que su esposo, Drew (Ron Livingston), debe viajar algunas semanas por trabajo alrededor de Estados Unidos, intenta no explotar ante la sugerencia de las autoridades escolares de que su hijo Jonah (Asher Miles Fallica) se cambie a otro instituto educativo que pueda hacerse cargo de sus necesidades especiales, y como corolario, soporta con una ironía la llegada de su nuevo bebé, Mia. Ante esta situación su hermano, de gran pasar económico, le regala el servicio de una niñera nocturna, asistencia de moda entre las parejas con hijos de alto poder adquisitivo en Estados Unidos. Aunque al principio descarta la idea de la niñera nocturna como una ridiculez de la clase alta, la fatiga y el estrés terminan de convencerla y una noche Tully (Mackenzie Davis) se presenta en la puerta de la casa y comienza a ayudar a Marlo no solo con Mia sino con la casa, su apariencia y su autoestima, principalmente ofreciéndole una buena amiga con quien hablar y desahogarse de sus problemas y sus decisiones. Así comienza una relación en la que ambas abren sus corazones a la llegada de una situación inesperada que mejora toda la vida de la familia.

Al igual que en Juno, en Tully hay una combinación de tres factores que la convierten en un film extraordinario sobre la construcción femenina. Por un lado el guión de Diablo Cody aporta una gran historia y excelentes diálogos sencillos que sorprenden y engañan al espectador en un relato verdaderamente prodigioso por su sensible mirada. La dirección permite que las escenas fluyan con gran naturalidad, permitiéndole a Charlize Theron desarrollar una actuación maravillosa, en un punto justo entre voluptuosidad emocional y sensibilidad femenina. El resto del elenco no desentona, por el contrario, todos los actores ofrecen interpretaciones en perfecta armonía con el personaje interpretado por Theron, permitiendo que ella se luzca en un gran contexto narrativo.

En una época que exalta las máscaras, donde industrias se nutren del modelamiento del cuerpo y los psicofármacos se han impuesto como tratamiento de cualquier depresión y problema social, Tully impone la franqueza y la belleza de la realidad sin maquillaje como un verdadero manifiesto, que funciona también como sinceramiento sobre las vicisitudes de la maternidad en la actualidad, el rol de la escuela en el desarrollo de los niños y la necesidad de tener a alguien en quien apoyarse. Reitman y Cody logran aquí nuevamente desnudar cuestiones psicológicas de difícil abordaje desde un lenguaje espontáneo que nos remite a un cine donde las apariencias y los velos le dejan lugar a los cuerpos reales que desafían las imposiciones del mercado y las modas absurdas.