Tully

Crítica de Horacio Bernades - A Sala Llena

¿Se acuerdan de Jason Reitman? De él se conocieron más o menos al hilo, hace unos diez, quince años, tres películas que lo mostraban como un descendiente potencial -más cool, algo más canchero, bastante más descreído- de su padre, el checoeslovaco asimilado Ivan Reitman, realizador de comedias tan buenas como Los cazafantasmas, Presidente por un día, Junior y sobre todo la escandalosamente subvalorada Amigos con derechos, la más perfecta comedia (anti)romántica de la última década y un poco más. De Reitman (Jason) se estrenaron en un lapso breve, en la segunda mitad de la década pasada, Gracias por fumar, La joven vida de Juno (un título horrible: si la protagonista hubiera sido una anciana, ¿le habrían puesto La vieja vida de Juno?) y Amor sin escalas. Desde ese momento, de Reitman Jr. no se supo más nada, aunque antes de la que nos ocupa realizó tres películas más. Es verdad que ninguna de ellas volvió locos al público y la crítica, pero con las cosas que se estrenan bien podrían haber traído algunas de esas también.

Después de ese largo hiato se estrena Tully, donde Reitman se reúne por tercera vez con la escritora y guionista Diablo Cody, y por segunda con la descomunal Charlize Theron, a la que en sus películas ha logrado bajar -con su consentimiento, se sobreentiende- del pedestal de hiperdiosa al llano cotidiano. En Tully ese descenso es casi gracioso, ya que la dorada modelo de Dior aparece desarreglada, despeinada y mal vestida, además de gorda y panzona. Daría la impresión de que a Reitman le interesan las mujeres. Algunas de sus películas (Juno, Young Adult [2011], Tully ahora) las tienen por protagonistas. Otras, o las mismas, por autoras o coautoras (Juno, Young Adult, Labor Day [2013], Men, Women & Childen [2014], Tully). Diablo Cody, que en poco tiempo más cumple 40 y cuyo nombre de nacimiento es Brooke Michelle Busey, es, como también se sabe, una guionista “con firma”. Algo que pudo advertirse en una serie conocida por aquí, como Estados Unidos de Tara (2009/2011), u otra no conocida, como One Mississippi (2016/2017), series de las que Cody fue creadora. Por guionista con firma debe entenderse aquél o aquélla que no se resigna a lo que los guionistas profesionales sí. Estos últimos, sabiendo de la aversión de la industria por todo lo que huela a original o personal (dos de los peores insultos en Hollywood y alrededores) buscan borrar todo signo de autoría de sus trabajos, mientras que el guionista con firma hace justamente lo contrario. Tiene agenda propia.

La agenda de Cody tiene como motivos predominantes los Estados Unidos contemporáneos (con predominio de la clase media blanca de ciudades del interior), la lucha de las mujeres tanto contra el conservadurismo como contra las propias contradicciones, la oposición entre conservadores y rebeldes en la sociedad estadounidense en general, la pregunta de si se puede ser un rarito integrado. Sus guiones muestran una voluntad de tomarse algunas libertades con las estructuras convencionales, así como unos diálogos en los que brilla el ingenio de la autora. Un ingenio muy de sitcom, hecho de digresiones, comentarios al margen y efectivos epigramas cómicos.En cuanto a la agenda de Reitman, es algo más difícil de detectar. Pueden enumerarse una desencantada visión del mundo, propia de los nacidos en los ilusionados y finalmente derrotados años 70 y 80; protagonistas que encarnan algunos de los vicios más repulsivos de la contemporaneidad -la obediencia corporativa, la ambición económica, la falta de escrúpulos, el “desprecia a tu prójimo como a ti mismo”-; un cinismo que se expresa a veces en la concesión final a la moral hollywoodense, que convierte la despiadada radiografía del homo capitalis en una moraleja soft para niños grandes.

En Tully, Theron es Marlo, madre de clase media provincial, con dos hijos y una tercera que va a nacer en menos de un mes. Su marido Drew, un buen tipo, es en términos económicos un loser (viven en una casita bastante venida abajo, con un microondas histórico, lo cual en un país donde la compulsión a renovar la tecnología es la más apremiante del planeta, los convierte poco menos que en desechos dela sociedad del capital). La situación económica y familiar queda expuesta al contraponérsela con la del hermano de Marlo, Craig (el muy buen cineasta indie Mark Duplass, que de a ratos se gana la vida como actor), representante cabal del homo yanqui. La clase de tipo que siempre tiene el producto recién salido antes que nadie. Marlo es escritora, pero eso solo se sabe por algún comentario ya que, con dos hijos y medio, ella no puede hacer más que atender a ellos y al marido. Que, por buen tipo que sea, llega de trabajar, come algo y a la cama… a jugar con la play. De jugar con Marlo, nada. Y Marlo es Charlize Theron…

Justo cuando uno empieza a sentir que esto ya lo vi en Casados con hijos y era más divertido, lo que era un garrón para Marlo se convierte en dos garrones y medio. Raro tratándose del tercer hijo, para Marlo y Drew criar a la pequeña Barbara resulta todo un infierno. La visión de ella durante una secuencia de montaje, semidesmayada mientras el sacaleche extrae líquido de sus tetas como a una vaca en una granja tecnificada, remite casi a una distopía de ciencia ficción. Pasó una media hora y la película se paseó un poco de acá para allá, pero el nudo del asunto todavía está por llegar. Ratificando su carácter central en la trama, ese nudo lleva el nombre de la película misma y es una baby-sitter nocturna que Craig le recomienda a Marlo. Esta duda un montón antes de llamarla, y uno se pregunta por qué tanto remilgo. Yo me pregunté, al menos. Sos mamá, tenés dos hijos más grandes, una beba que no te deja dormir. ¿Tanto problema para contratar a una chica recomendadísima, que te la va a cuidar a la noche, para que puedas dormir, e incluso te va a avisar cuando la nena quiera tomar la teta? No sé, tal vez no lo entiendo porque soy papá, no mamá.

La cuestión es que al final Marlo afloja, iniciándose entre ella y la recién llegada, a una velocidad tal vez mayor de presumible, una relación de complicidad, simpatía y mutua comprensión, ayudada por la eficacia a toda prueba de Tully (Mackenzie Davis, una de esas chicas que sonríen y te matan). Además de ocuparse brillantemente de la nena y saber todo lo que se puede saber sobre niños, Tully te limpia, te ordena la casa y hasta te calienta al marido. What? Sí. Te lo calienta para dejarlo listo. Y vos de paso podés mirar. La gran virtud de Tully (la gran virtully) es la libertad con que se mueve en varios niveles. En términos narrativos, en tanto la película deriva de un tema a otro, de modo que no queda muy claro si la Sra. Cody no sabe muy bien qué quiere contar, o si lo hace a propósito, como forma de romper con el relato clásico. El efecto que produce en el espectador esta deriva es de desconcierto, y eso siempre es bueno.

Tully empieza haciendo foco en la relación entre Marlo y su hijo Jonah, así como en la condición de madre guerrera de ella, que se muestra dispuesta a enfrentar al sistema educativo entero para defender a su hijo. Jonah sufre de un problema de conducta que hace que lo quieran echar de todas partes, y eso también produce extrañeza: nunca está muy claro en qué reside ese trastorno. ¿Descuido narrativo o elección? Who knows. Lo cierto es que esa cuestión va a ser remplazada por el triángulo Marlo-beba-Tully, y del problema Jonah no se vuelve a hablar. Tully va dejando atrás lo que antes trató a medida que avanza, como si la película se fuera reinventando o rearmando en el camino. Esto podría ser una falla importante o una gran audacia. Otra vez, cómo saberlo.

Algo semejante sucede con la relación Marlo-Tully, una de esas que de tanto compinchismo podría derivar, como lo hace, en amistad o en algo más: uno siente todo el tiempo que en cualquier momento las chicas pasan a mayores. Posibilidad agudizada por la falta de atención de Drew a su esposa y por los problemas que atraviesa Tully con un novio. Sin embargo, antes que la relación entre ellas se encarrile de ese modo, la excesiva confianza con que se mueve la babysitter, su tendencia a manejarse en casa ajena como si fuera el ama de casa, así como de compartir momentos de intimidad que uno diría que no le corresponden (quedarse en la habitación matrimonial para contemplar cómo Marlo da la teta), generan en la dueña de casa–y por lo tanto en el espectador, en tanto toda la película está narrada desde su punto de vista– incomodidad, cierto sentimiento de invasión y desubicación, la inminencia de una rivalidad y posible remplazo de una por la otra (modelo El sirviente, digamos) o si no una derivación a terrenos Mujer soltera busca o, más aún, La mano que mece la cuna.

Cuando estamos en eso, de pronto la película termina. Así. Pum. Agarra y termina. Como si a Reitman y Cody se les hubiera terminado la pila o les diera paja seguir. Previamente ocurrió algo extrañísimo, relacionado con el título de la película, que quien escribe no llegó a entender. ¿Puede ser que eso que sucede abra la puerta a la posibilidad de que la existencia de Tully sea más imaginaria que real? ¿Algo así como una proyección? ¿O estoy delirando? No me juzguen mal, solo trato de explicarme algo que no entiendo, y que podría llevar a resignificar toda la película. O tal vez no, ese detalle no tiene la menor importancia y con lo único que tiene que ver es con esta película de deambular desconcertante, con un final que -a juicio de quien escribe, al menos- da la sensación, por la forma en que están repartidos los tiempos del relato, de que tiene lugar por lo menos veinte minutos antes de lo que correspondería. Y si no es así pido a quien la haya entendido que me la explique.