Tren Bala

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Pop para divertirse

El nuevo film de David Leitch, Tren Bala (Bullet Train, 2022), no se separa demasiado de sus producciones rimbombantes anteriores, la delirantemente aclamada Deadpool 2 (2018), una de las últimas entregas de la interminable saga de Rápido y Furioso y la floja Atomic Blonde (2017), las cuales navegan sobre una combinación de acción y comedia que a su vez se entrecruzan hasta ser indistinguibles y fundirse con una catarata de reversiones de música pop.

Ladybug (Brad Pitt) es el nombre en clave de un ladrón que debe sustraer un maletín de un tren bala que recorre el trayecto de Tokio a Kioto, en Japón. En su vehemente camino, mientras charla con su agente, Maria (Sandra Bullock), se lamenta por su legendaria mala suerte y lanza diatribas de autoayuda para eventualmente encontrarse con un asesino mexicano, el Lobo (Bad Bunny), con el que se batirá a muerte, y los gemelos Tangerine (Aaron Taylor Johnson) y Lemon (Brian Tyree Henry), contratados para rescatar al hijo del mafioso más importante del mundo, White Death (Michael Shannon), a los que les robará el maletín lleno de dinero The Hornet (Zazie Beetz), una asesina envenenadora que también querrá la valija, y El Príncipe (Joey King), una joven sociópata que mantiene como rehén a Kimura (Andrew Koji), un hombre que busca venganza por su pequeño hijo malherido arrojado al vacío desde un centro comercial por la chica. En esta danza vertiginosa de violencia y chistes todos los personajes lucharán hasta el apoteósico y absurdo final en una obra donde no falta la sangre, los chistes ridículos, la música pop, las escenas de acción en cámara lenta y múltiples e interminables giros dramáticos.

El guión de Zak Olkewicz, basado en la novela de Kôtarô Isaka, es bastante respetuoso del original, tan solo otorgándole un protagonismo mayor al personaje de Ladybug acorde con la lógica del star system de Hollywood. El film logra construir protagonistas interesantes, con marcadas personalidades y obsesiones, pero abusa demasiado de los recursos que pone en juego, como el humor, la acción vertiginosa, la trama enrevesada y los giros y las sorpresas, de forma rabiosa e incoherente hasta que de hecho la trama y cualquier pretensión de coherencia naufragan.

Claramente la decisión de los realizadores -productores, director y guionista- de llevar el film desde una película de violencia para adultos hacia una comedia no es un acierto, como tampoco lo es el abuso de personajes occidentes, cuando en la novela todos son orientales. Sin ir más lejos, prácticamente todas las referencias a la cultura japonesa están diluidas hasta ser irreconocibles y por ello el film se podría haber filmado en cualquier otra parte y tener otro nombre que no remita a un clásico del cine japonés como el film homónimo de 1975 de Junya Satô con Ken Takakura, Sonny Chiba y Ken Utsui. El abuso de los cameos y los juegos alrededor de breves apariciones de Channing Tatum y Ryan Reynolds ya colocan a la película dentro del orden de lo patético.

Desgraciadamente Leitch tamiza todo bajo su estética vertiginosa ahogando cualquier posibilidad de que el relato tenga algún sentido. La novela se convierte así en una historieta de viñetas para pasar rápido, sin que uno se pierda algo valioso si se saltea un episodio. Si la película en general tiene altibajos el final es aún más decepcionante y pueril, con la acción y los chistes llevados a un paroxismo insoportable que termina aturdiendo y aburriendo al espectador.

No se puede criticar la elección de un contexto infantil, como la mención constante de parte de Lemon de Thomas & Friends (1984-2021), la franquicia que marcó a varias generaciones de niños ingleses, o a la construcción de un personaje nipón de dibujos que bien podría ser real o la misma infantilización de la adultez, cuestión que es bastante notoria en la cultura actual, pero sí la banalización de esta situación.

En un comentario del film uno de los personajes menciona que hay una falta de mensaje en toda la cultura actual. Se podría agregar que esta falta es una carencia de profundidad que aturde y que se compensa con altas dosis de acción y comedia que se repiten hasta el tedio. Es una fórmula que funciona, entretiene y no deja lugar a la reflexión. Si bien Tren Bala tiene una buena historia entre manos que se va perdiendo en el afán de divertirse de Leitch, de jugar con su maquinaria para crear una mixtura pop que deje anonadado al espectador, lo ideal sería reflexionar sobre las razones detrás del vacío de un nihilismo reactivo que se esconde en el chiste fácil y en la acción y sigue avanzando en su camino hacia el entumecimiento cultural.