Tras la pantalla

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Con el cine tatuado en la piel

Para quien lo conoce, resulta muy difícil no recordar alguna anécdota del distribuidor y productor Pascual Condito. Sobre semejante personaje, Tras la pantalla documentaliza un mundo que desaparece en medio de los escombros. Nada más clara y concreta que la frase anterior: el trabajo de Marcos Martínez se inicia con el derrumbe de la empresa Primer Plano, que Condito lideró durante un largo trayecto de tiempo, distribuyendo cine, produciendo películas y hasta interpretando algunos roles como actor en films argentinos de las dos últimas décadas. La cámara sigue a Condito en sus mínimos detalles, gestos, movimientos, palabras. Hablando por teléfono, gritando y vociferando contra una forma de exhibir películas que poco o nada tiene que ver con sus ideas. Ideas avasallantes y desprolijas, aferradas a un pasado en donde se pensaba en un cine diferente y en un espacio para la exhibición desde hace años ocupado por un modelo hegemónico.
El personaje discute con sus empleados, habla con sus hijos y hasta intenta convencer a su vástago menor que aun existe un cine diferente al mainstream norteamericano. Una de las virtudes de Tras la pantalla es no operar desde una narrativa llorona y melancólica, sostenida en un pasado irrepetible y un presente nada interesante. En ese sentido, la presencia de Condito, la manera locuaz de expresar sus ideas, su particular forma de expresarse sin red ni recurriendo a frases exquisitas, sirve como material que alude a un paisaje que ya pertenece a la historia. A una historia en donde la circulación de films y los estrenos de cada jueves tenían un aspecto más artesanal, siempre con el dinero como eje primordial, pero no como objetivo único e imperioso. El coro que rodea a Condito –directores, críticos de cine, familiares- escuchando sus quejas y su verborragia de café donde se acumulaban las voces en decibeles más que altos, actúa como telón del personaje central.
Cada uno de los momentos en que el protagonista apaga las luces de su oficina, de un lugar que ya no existe, la emoción llega a la piel, a una piel tan curtida como la de Condito, llena de tatuajes de sus seres queridos y de su pasión intransferible por ese viaje de ida llamado cine.