Transformers 3: El lado oscuro de la luna

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Desmañado y metódico ejercicio del “rompan todo”

Definitivamente contraindicada para incondicionales de James Ivory, en su estruendo, en su histeria, en su desmañado y metódico ejercicio del “rompan todo”, en la doble concepción del cine como sucedáneo de la maniobra militar y versión mega (y meca, por el carácter mecánico de sus excedidas criaturas) de Titanes en el ring, es posible que esta tercera Transformers –que viene, por supuesto, en envase 3D– sea algo así como la “consumación” del “arte” de su “autor” (el lenguaje se sacude aquí como Transformer a tortazo limpio). Es como si toda la obra previa de Michael Bay viniera a dar un aparatoso salto mortal y se estrellara contra el piso, como sus gigantes de chapa y chatarra. Que se deshacen y vuelven a armarse, como la película misma o el magullado cerebro del espectador, para seguir dándose maza.

Como la nueva X Men, la tercera Transformers se cruza con la historia, al menos al comienzo. Se inicia en tiempos de Kennedy (el JFK digital recuerda al Che de Gerardo Romano en Canal 9) y remata con una teoría conspirativa sobre el descenso del hombre en la Luna: habría sido para investigar la caída de una nave alienígena, conteniendo uno o más Transformers (no se entiende bien). De allí en más las distintas subtramas se pelean entre sí, como Transformers en esteroides. Están John Malkovich, Frances McDormand y John Turturro (que viene de la anterior) haciendo de autoridades de la NASA y especialistas en vida extraterrestre, que investigan... ¿Qué investigan? No está muy claro. Mientras tanto resulta que hay un traidor entre los Autobots (que son, recuérdese, los Transformers buenos) y que los Decepticons (los malos) piensan traer su planeta a la Tierra, por medio de unos pitutos luminosos (¿?). Y eso sería fatal, parece.

De pronto aparece el coreano de ¿Qué pasó ayer?, totalmente desaforado, haciendo de coreano de ¿Qué pasó ayer? El héroe, Shia La Boeuf, grita y transpira como en el VIP de Ricky Martin, y Mr. Bay filma el culo de Rosie Huntington-Whiteley (la inglesita que remplaza a Megan Fox, echada por acusar al jefe de nuevo Hitler) en un plano detalle que Sofovich filmaría, si tuviera la plata que tiene Bay. Todo eso (y unas cuantas cosas más) se apelotona durante cerca de hora y media. Son casi tres en total y algo hay que mostrar, hasta que finalmente los Transformers tiren el mundo abajo (o la ciudad de Chicago, que es donde todo sucede).

Será una bestialidad la forma en que Bay filma este Apocalipsis rompechiches, pero en medio del caos, el mareo y la sordera de pronto se abre camino, vaya a saber cómo, una secuencia inspirada. Un edificio se parte al medio, y antes de caer del todo (¿alguien dijo septiembre 11?) queda inclinado, obligando a los héroes (los protagonistas + un grupo de marines, faltaba más) a tirarse de un piso a otro tipo Tarzán, atravesando ventanales de vidrio y deslizándose en caída libre por las paredes del edificio (esto está robado de una de Jackie Chan, pero está bien hecho). Ese chorro de adrenalina bien servido salva una película que, por lo demás, parece una coctelera en manos de un Mike Tyson con San Vito.