Transformers 3: El lado oscuro de la luna

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Los personajes humanos son más artificiales que los robots en esta película ampulosa y vacía

Esta tercera entrega de la saga dirigida por Michael Bay (quien parece competir con Roland Emmerich por el cetro del cineasta más apocalíptico a la hora de filmar explosiones y destruir planetas) tiene un auspicioso y audaz prólogo que se permite incluso alterar la historia oficial de las administraciones de Kennedy y Nixon hasta llegar a una nueva versión de la famosa expedición lunar del Apolo 11 en 1969: al margen de la transmisión televisiva que conmovió al mundo, en "el lado oscuro de la Luna" al que apela el título, los propios astronautas encabezan una misión "top secret" en la que descubren los restos de una nave extraterrestre con una tecnología que será esencial en el desarrollo posterior de la trama. Pero los hallazgos y sorpresas terminan allí. Luego, ya en la actualidad, reaparece en escena Sam Witwicky (el antihéroe interpretado por Shia LaBeouf), ahora acompañado por un nuevo objeto del deseo (la modelo británica Rosie Huntington-Whiteley, que reemplaza a la despedida y aquí denostada Megan Fox), a la que Bay le dedicará una y otra vez obsesivos primeros planos de sus generosas curvas.

La primera mitad del film se vuelve bastante tortuosa (pendula entre las desventuras laborales y afectivas de Sam y los proyectos secretos del gobierno estadounidense) hasta que de manera inevitable esas y otras subtramas desembocan en lo que todos esperan: el enfrentamiento entre robots buenos y malos (los nobles Autobots liderados por Optimus Prime contra los despiadados Decepticons comandados por Megatron y el traidor Sentinel Prime).

Más allá del ya habitual festival de efectos visuales y de la incorporación de efectos 3D que, pese a lo anunciado por los propios productores, queda muy lejos de logros conseguidos por James Cameron en

Avatar ,

Transformers 3 ofrece demasiado ruido para tan poco cine. Entre exaltaciones patrióticas que sorprenderían hasta a los republicanos del Tea Party, Bay construye una película que jamás fluye ni alcanza una mínima coherencia.

Los personajes humanos parecen más artificiales que los robots y sólo hay espacio para unas breves apariciones de grandes actores como John Malkovich, Frances McDormand, John Turturro o el coreano Ken Jeong, quienes le aportan un poco de humor absurdo a una trama dominada por frases ampulosas y solemnes sobre el heroísmo y la lealtad. Sin embargo, esos bienvenidos destellos paródicos resultan demasiado aislados como para salvar a una película que termina apelando a la fuerza arrasadora de sus gigantescos y poderosos robots guerreros como forma de disimular (tapar) sus múltiples carencias dramáticas y narrativas