Transformers: el despertar de las bestias

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

VOLVER CASI IGUALES

Bajo el mando de Michael Bay, la franquicia de Transformers se transformó en algo parecido a esos movimientos políticos cuya promesa eterna es “ahora volvemos mejores”, para que luego, entrega tras entrega, todo esté cada vez peor. Bumblebee -que por algo estaba dirigida por un realizador con otro tipo de sensibilidad, como es Travis Knight-, ofreció algo distinto, más equilibrado (pero, por suerte, no “moderado”). Sin embargo, todavía no daba para ser tan crédulo y convertirse en uno de esos críticos/periodistas que aplauden como focas. Y ahora llega Transformers: el despertar de las bestias, que nos deja en claro que no había tanto margen para la ilusión y menos aún para cualquier tipo de euforia.

Convengamos que el nuevo director a cargo, Steven Capler Jr. (que venía de la aceptable, pero menor Creed II: defendiendo el legado) no tiene la megalomanía explosiva ni la brutez narrativa de Bay. Pero tampoco es que es un realizador particularmente imaginativo y creativo, capaz de ponerle su propio sello a lo que cuenta o potenciar desde su sapiencia el material que tiene entre manos. Y no hay que olvidarse que Bay se mantiene involucrado desde la producción, tratando de influir con su tono prepotente en la propuesta. Por eso lo que vemos no es una verdadera renovación, por más que el relato esté situado en los noventa y en cierta forma se pretenda como una especie de continuación de lo visto inicialmente en Bumblebee. Es cierto, sí, que la incorporación de los Maximals (robots que se camuflan como animales) y su unión con los Autobots (que están buscando retornar a su planeta, Cybertron) frente a un enemigo común todopoderoso como es Unicron, busca ampliar un poco el panorama. Lo mismo se puede decir de la presentación de dos nuevos protagonistas humanos: Noah Diaz (Anthony Ramos), un joven ex militar, y Elena Wallace (Dominique Fishback), una investigadora de un museo. Pero lo cierto es que, por más que se cambien algunos colores, el cuadro general continúa siendo muy similar.

Y esto último sucede porque todos los personajes, al igual que en las entregas anteriores -con la excepción de Charlie (Hailee Steinfeld) en Bumblebee– son delineados más desde los gritos, las frases altisonantes y los chistes de dudoso gusto que desde el desarrollo profundo de sus conflictos. La sensación que impera, nuevamente, es la que todo se hace corriendo, a las apuradas y sin cuidado, porque, al fin y al cabo, todo se termina tratando de llegar como sea a las instancias de “gran espectáculo”. Y esa concepción de espectacularidad está pautada más por la cantidad que por la calidad: el objetivo siempre es que haya más y más explosiones, más y más persecuciones, más y más combates, más y más chances de que todo el planeta sea completamente destruido en algún evento apocalíptico que ocurre por alguna razón no demasiado relevante.

De ahí que toda la última media hora de Transformers: el despertar de las bestias sea ruidosa y excesiva, con una apuesta al impacto que termina relegando a un lugar totalmente secundario a los personajes e insensibilizando al espectador. Y, al mismo tiempo, la preocupación por sentar las bases para nuevas entregas (con entrecruzamiento con otras franquicias incluido) lleva a que todo sea mecánico y hasta previsible. En el mientras tanto, ni el destino de los protagonistas robots ni el de los humanos importa realmente, por más que haya algunas secuencias mínimamente rescatables desde lo visual. Es que Caple Jr. no toma en cuenta una lección básica que dejaba Bumblebee, que era la necesidad de un mayor foco en la aventura y menos en el gigantismo. Por eso no sorprende que los únicos méritos concretos de la película consistan en no ser tan larga y no tan mala como los otros films dirigidos por Bay. Al lado de, por ejemplo, La venganza de los caídos o El último caballero, esto hasta puede calificar como algo parecido al cine. Pero convengamos que ese no es un gran logro.