Toy Story 3

Crítica de Santiago García - Leer Cine

DESAPEGOS Y LEALTADES

En su film número once y el tercero de la serie de Toy Story, los estudios Pixar confirman la efectividad de su trabajo metódico y riguroso, con otra película que se disfruta de punta a punta. La emoción, la diversión y la revisión génerica habituales en los films del revolucionario estudio vuelvan acá en una película que sí o sí –y por razones dramáticas– deberían tratar los adultos de verla en su idioma original.

Pasaron muchos años desde que los Estudios Pixar, con John Lasseter a la cabeza, crearon un clásico de todos los tiempos llamado Toy Story (1995). Era el nacimiento de una nueva era, no sólo por la revolución que significó la animación digital con la que este estudio realizó sus once films, sino por la calidad de guión y habilidad narrativa que caracterizaría a todas y cada una de sus películas. Cada uno tendrá sus títulos favoritos, pero todos ellos son de una indiscutible grandeza. Y todos, sin excepción, cuentan historias cargadas de emoción, humor e inteligencia. Como no podía ser de otra manera, Toy Story 3 cumple con todos estos principios que son la marca del estudio y, aprovecha además, el hecho de contar con personajes con una historia previa, lo que asegura una identificación extra y un interés especial. Era de secuelas, el cine actual industrial sin duda encuentra en los personajes más amados un motivo suficiente para que los espectadores se acerquen al cine. Pero Pixar Animation Studios no traiciona a esos personajes, no les roba su esencia, ni los hace caer en calidad o emoción. Los personajes de Toy Story siguen intactos, con su psicología, sus ambiciones, sus miedos y su larguísimo camino en la búsqueda de la felicidad. Si el primer film era acerca de la asunción de la propia identidad y si el segundo era acerca de descubrir el riesgo de un mundo hostil, el tercero probablemente es el que enfrenta a los protagonistas a sus más duras aventuras emocionales. Pero a no creer que son conceptos abstractos. Toy Story 3 sigue trabajando para todos los públicos y por lo tanto estas ideas están expresadas en situaciones puntuales, en acciones trepidantes, llenas de humor y emoción. En esta nueva aventura, los juguetes (es decir, los personajes, es decir, nosotros, que como espectadores nos identificamos con esos juguetes) tienen que afrontar el hecho de que Andy –que hace años que no juega con ellos– comienza la universidad y por lo tanto no hay posibilidad de que los siga conservando. Los destinos son el ático o el basurero. Algo así como el recuerdo bello y una jubilación relajada o la muerte y la destrucción. Existe una también tercera opción, el ser donados. Es decir: encontrar un nuevo afecto, alguien que los necesite y les pueda dar algo que, por razones lógicas, Andy ya no puede. Película sobre el desapego, Toy Story 3 plantea un interesante juego dramático al crear una identificación compleja, tanto para adultos como para niños. Por un lado los juguetes deben aprender a despegarse de su dueño original, y por el otro, potencian y trabajan al máximo su absoluta lealtad. Los valores que la película sostiene son tan inequívocamente humanistas, que como adulto uno no puede sentir más que felicidad de saber que un film como éste será uno de los más taquilleros de la historia del cine. Con la melancolía que implica la conciencia del paso del tiempo y con la dureza de estas historias de separaciones entre juguetes y personas, Toy Story 3 impacta sin perturbar y emociona sin golpes bajos. Y por supuesto, no está ausente el humor. Barbie y, particularmente, su ambiguo compañero Ken, se roban por momentos la película. Aunque será Buzz quien en un momento –y por eso es imprescindible verla en idioma original, no contaré porqué– consiga el momento más delirante del film. Todos los personajes tienen su gracia y todo el film juega con los tópicos de género que ha construido la historia del cine en más de un siglo. Valga como bellísimo detalle final el homenaje a Hayao Miyazaki, el gran director de animación japonés, famoso por sus grandes historias y su trabajo artesanal, en uno de los juguetes que no es otro que Totoro. Esta no es una cita gratuita, es una declaración de principios donde se reivindican valores humanos y artísticos por encima de cualquier idea de mercado. Es justamente esa mirada la que le ha permitido a Pixar llegar hasta donde llegó y a sus personajes también, cuando hace quince años atrás uno de ellos prometía ir “al infinito y más allá”.