Todo, todo

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

MANIPULACIÓN EN TONOS PASTELES

Todavía faltan más de seis meses de este 2017, pero Todo, todo ya es una seria candidata a la peor película del año. Sus “méritos” se sustentan no sólo en su mediocridad narrativa y la superficialidad de su puesta en escena, sino también en un par de decisiones que incurren directamente en la inmoralidad.

El film de Stella Meghie, basado en la novela de Nicola Yoon, se centra en Maddy Whittier (Amandla Stenberg), una joven que padece una inmunodeficiencia que la ha condenado a pasar toda su vida confinada a su hogar, sin poder salir al exterior. Ese hogar, diseñado por su madre -una señora bastante controladora, por cierto-, combina la tecnología con una decoración propia de la revista Para Ti, dejando ya latente la pulsión del film por controlar las emociones. Cuando la vida de Maddy parecía condenada a una eterna, prolija y limpia monotonía, aparece un nuevo vecino, Olly Bright (Nick Robinson), que es de esos muchachos hasta forzadamente tímidos, pero indudablemente encantadores desde su impostado freakismo. Obviamente, se irán enamorando, con todo lo que eso implica teniendo en cuenta la situación de Maddy.

En sus primeros minutos, Todo, todo exhibe una cierta autoconciencia de las desgracias que presenta que podría emparentarla con una película como Bajo la misma estrella, donde cierta liviandad se imponía a la cursilería. Pero rápidamente el film va descarrilando, por numerosos motivos: una puesta en forma mediocre y vacua, sin un plano alejado de lo televisivo; una serie de diálogos totalmente impostados, donde queda explícita una excesiva fidelidad al texto literario; una sobreexplicación permanente, que incluye una secuencia en donde se ponen carteles que cuentan qué les pasa a los personajes; actuaciones a reglamento, que abarca también a la mexicana Ana de la Reguera como una fiel mucama-enfermera en ese mundo tan bellamente burgués; y una falta de química absoluta entre los protagonistas, lo que aleja al espectador de la posibilidad de sentir empatía por lo que viven. Sumémosle una narración torpe y estirada, que está constantemente forzando los conflictos, y tenemos un producto mediocre y carente de espontaneidad.

Aún así, Todo, todo sigue siendo un ejemplo más dentro de esas adaptaciones literarias destinadas al público adolescente construidas en base al cálculo y la corrección. Hasta que claro, llegan los últimos quince minutos, y ahí es donde la película empieza a distinguirse de otros exponentes, en el peor de los sentidos posibles: en la imperiosa necesidad de llegar al final deseado, delinea una vuelta de tuerca con dosis manipuladoras, arbitrarias, canallescas y crueles, pero esencialmente torpe e inverosímil. Es tan increíble lo que hace el film, que hasta termina siendo en cierto modo risible.

Eso sí, todo transcurre en medio de paisajes y escenarios bellamente fotografiados, donde prevalecen los tonos pasteles. Es que al dolor y al horror hay que dosificarlos de acuerdo a lo que necesitan el guión y el público al que apunta, no de las necesidades y caminos que emprenden los personajes. Una cómoda catarsis, eso es lo que propone Todo, todo, mientras mueve las piezas a su antojo y con total cobardía.