Terror en la Antártida

Crítica de Leonardo M. D’Espósito - Crítica Digital

La nieve como vacío de ideas

El permanente paisaje blanco de este nuevo film del director de Swordfish resulta ser una suerte de involuntaria metáfora.

El gran misterio de esta película se resume en una frase conocidísima del folclore estadounidense: ¿Qué hace una chica linda como vos en un lugar como este?

Pelearse con una película por lo absurdo de su premisa (Kate Beckinsale es una U.S. Marshal en la Antártida investigando el primer asesinato –brutal– llevado a cabo en ese continente, a poco de dejar su cargo y partir, con la fría e imposible noche de seis meses a la vuelta de la esquina, con un clima feroz y el criminal suelto y cebado) llevaría a invalidar dos tercios del cine. Así que no es el caso. Impugnar el film requiere otras herramientas y motivos. Desgraciadamente, los hay.

Comencemos: Dominic Sena no es un director que sepa trabajar con los actores, sino que es un estilista visual, lo que en este caso resulta más bien peluquero de las imágenes. Su mérito aquí consiste en que nos guste mirar a Kate Beckinsale. Bien, de acuerdo: el cine también es eso. Pero no puede ser sólo eso: en este caso, deberíamos querer mirar a Carrie, el personaje de la actriz, y no a la actriz. Esa diferencia equivale a la falta de verdadera construcción dramática y de suspenso. Que se concentra en los posibles efectos sin trazar el camino para que sean, efectivamente, efectivos (valga el juego de palabras). Así, el tremendo asesinato y las peligrosas condiciones geográficas y temporales son nada ante la ausencia de verdaderos sucedáneos de lo humano que las sufran.

Sena demostró en su mejor película, Swordfish, que no tiene prejuicios ni límites, y que si deja actuar y hasta sobreactuar a sus actores puede conseguir obras desparejas, sí, pero cuyos buenos fragmentos se elevan operísticamente sobre el adocenado estreno actual. Allí estaba el ambiguo villano de un Travolta desatado, una desenfadada Halle Berry en topless, la desesperación constante de un Jackman que siempre parece tener garras. Era alocado y poco cohesivo, pero con momentos de bravura. Un acierto al azar, podríamos decir.

Aquí podría tener todo eso en una situación igualmente extrema (también tuvo situaciones extremas para gozar en Kalifornia y 60 segundos), pero la corrección técnica y el desgano lo vencen. El paisaje blanco es metáfora del vacío de ideas; la irrupción de la actriz un indicio de la belleza terrible que podría haber sido.