Terrifier 2: el payaso siniestro

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Art estuvo aquí

Los aficionados al horror de alto voltaje -timoratos y quejumbrosos crónicos, abstenerse- estamos de parabienes porque regresó el payaso más hijo de puta del cine contemporáneo, Art, the Clown, la entrañable creación del norteamericano Damien Leone, una verdadera máquina de matar de las maneras más espantosas y ridículas posibles que honestamente pone en vergüenza a otros colegas de cara emblanquecida como los de Killer Klowns from Outer Space (1988), de Stephen Chiodo, Clownhouse (1989), de Victor Salva, It (1990), de Tommy Lee Wallace, House of 1000 Corpses (2003), de Rob Zombie, Balada Triste de Trompeta (2010), de Álex de la Iglesia, y Clown (2014), de Jon Watts, entre muchos otros. Para los que no lo tengan presente, vale aclarar que nuestro psicópata sobrenatural con aires de mimo caníbal del averno nació como una criatura secundaria en el cortometraje The 9th Circle (2008), a posteriori trepó al rol protagónico en otro corto, Terrifier (2011), hasta por fin eventualmente llegar al largometraje de la mano de All Hallows’ Eve (2013), ésta ya una típica antología de Halloween que incluía el metraje de los dos primeros cortos de Leone más una historia englobadora y un tercer segmento centrado en la tenebrosa aparición de un alienígena. Entre All Hallows’ Eve y Terrifier (2016), el salto de Art a un formato narrativo tradicional que abandonaba las viñetas de antaño, el realizador y guionista nos regaló la mega trasheada Frankenstein vs. The Mummy (2015), trabajo muy olvidable y poco exitoso que lo llevó de inmediato a centrar su carrera -como buen artesano que privilegia la comida diaria por sobre los caprichos artísticos o “elevados”- en el clown amigo de las masacres indignas del gore, precisamente por ello Terrifier 2 (2022) continúa el camino de ambición creciente de cada nuevo eslabón de la saga y ahora nos topamos con una insólita duración de 138 minutos que se explayan en algo que Leone no le había prestado demasiada atención hasta ahora, el desarrollo de personajes, logrando un trabajo muy interesante y entretenido.

Mientras que la primera Terrifier ponía el acento casi exclusivamente en Art, the Clown porque gustaba de burlarse del artificio retórico paradigmático de la scream queen que llega con vida a la última escena, en pantalla una serie de potenciales protagonistas que morían horriblemente y así negaban la fórmula del slasher clásico de los 70 y 80, esta segunda parte que nos ocupa prefiere, en cambio, respetar el esquema señalado, uno que por cierto responde mucho más a Mario Bava que a Alfred Hitchcock. Aquí Art (nuevamente David Howard Thornton, que heredó el papel del ya retirado Mike Giannelli) resucita una vez más, sigue el derrotero anterior y por ello asesina a martillazos al forense de turno antes de ir a una lavandería para recuperar su blancura y encontrarse con una simpática compinche, una nena terrorífica similar a él aunque espectral (Amelie McLain y Georgia MacPhail). Luego de clavarle el palo de un trapeador en el cráneo a un sujeto que esperaba en el local, el chiflado un año después se mete en los sueños de una bella adolescente, Sienna Shaw (Lauren LaVera), cual visión de una matanza con una ametralladora en una “cafetería de los payasos”, episodio que deriva en un incendio en su cuarto que quema las alas para su disfraz de Halloween, ese de una princesa guerrera que fue diseñado por su padre antes de fallecer por un tumor cerebral. El hermano menor de la chica, Jonathan (Elliott Fullam), también se cruza con Art y la niña clown mientras juegan con el cadáver de una zarigüeya en el colegio, lo que provoca su suspensión y un ataque de nervios de la matriarca, Bárbara (Sarah Voigt), a quien el payaso le vuela la cabeza con una escopeta recortada en una noche de Halloween en la que también se carga a las dos mejores amigas de Sienna, Allie (Casey Hartnett) y Brooke (Kailey Hyman), la primera toda cortada y desmembrada mediante un bisturí y la segunda sufriendo ácido en el rostro y golpes de un garrote aterrador, y al novio de esta última, Jeff (Charlie McElveen), a quien acuchilla en la ingle y le arranca el pene.

Terrifier 2 se diferencia del patético terror indie de nuestros días, tanto el norteamericano y el europeo como el latinoamericano y sobre todo el argentino, porque construye una trama coherente, nos ofrece una protagonista sensata, no sobredimensiona el peso de secundarios bobos, mitologiza con paciencia al homicida, apuesta a víctimas burguesas bien elegidas, no se muestra mojigata en cuanto al sadismo y sobre todo se hace un festín con los practical effects de vieja escuela sin recurrir a la mierda CGI de ese bastión digital omnipresente del Siglo XXI, todo asimismo vinculado al muy buen trabajo de LaVera, un “corchito erótico” con talento actoral, y de un Thornton que vuelve a descollar bajo el atuendo y el maquillaje hiper profuso de Art, a su vez un villano de antología ya que unifica el humor negro símil slapstick circense de unas sonrisas silentes permanentes y el sustrato sanguinario frenético de la carnicería non stop, binomio orientado a dejar en el espectador las reacciones de su preferencia -carcajadas o angustia o quizás desconcierto- en lugar de imponer una lectura por sobre la otra como suele hacer el mainstream actual pero también esa comarca indie a la que nos referíamos con anterioridad, una que en la nueva centuria resulta intercambiable con respecto a la pompa industrial de grandes presupuestos en función de su mediocridad, inoperancia narrativa y eterna repetición de latiguillos aunque sin la frescura y la potencia del séptimo arte de otras décadas. Leone, paradoja de por medio, sí recupera ingredientes del mainstream profesionalizado como actores muchísimo mejores que aquellos de All Hallows’ Eve y la primera Terrifier y el hecho de ahora ponderar a nuestra ninfa guerrera en vez de tratarla como a otra víctima más destinada a donar su anatomía y carne mancillada para toda la platea, sin embargo el director en el trajín no descuida su vehemencia marca registrada para contentar al público menudo descerebrado promedio ni deja en un segundo plano a Art, en pantalla empardado a su linda némesis entre látigos y una espada mágica.

Si bien la propuesta incluye citas a films como Plan 9 from Outer Space (1957), opus de Ed Wood, y Night of the Living Dead (1968), de George A. Romero, en realidad su linaje es más vasto porque nos remite al horror y el suspenso de festividades símil Black Christmas (1974), de Bob Clark, y Halloween (1978), de John Carpenter, la comedia negra demente a lo Evil Dead II (1987), de Sam Raimi, y Braindead (1992), de Peter Jackson, y ese splatter que nace con el Herschell Gordon Lewis de Blood Feast (1963), Two Thousand Maniacs! (1964) y Color Me Blood Red (1965), se expande con Bloodsucking Freaks (1976), de Joel M. Reed, Maniac (1980), de William Lustig, Antropophagus (1980), de Joe D’Amato, y Mil Gritos Tiene la Noche (1982), de Juan Piquer Simón, y llega al “porno de torturas” de Saw (2004), de James Wan, Hostel (2005), de Eli Roth, y Wolf Creek (2005), de Greg McLean, y el extremismo europeo de Haute Tension (2003), de Alexandre Aja, Ils (2006), de David Moreau y Xavier Palud, Frontière(s) (2007), de Xavier Gens, À l’intérieur (2007), odisea de Alexandre Bustillo y Julien Maury, Martyrs (2008), de Pascal Laugier, y Eden Lake (2008), de James Watkins, amén del grotesco payasesco de las citadas Killer Klowns from Outer Space y House of 1000 Corpses y aquel trasfondo metafísico/ onírico/ surrealista de joyas del slasher sobrenatural como Phantasm (1979), de Don Coscarelli, y A Nightmare on Elm Street (1984), de Wes Craven, cuyos Tall Man de Angus Scrimm y Freddy Krueger de Robert Englund constituyen también influencias cruciales en Art al igual que el Pennywise de Tim Curry de It y el Guasón de Jack Nicholson de Batman (1989), de Tim Burton, y ese otro de Heath Ledger de The Dark Knight (2008), de Christopher Nolan. Leone, encargado además -y como siempre- de la producción, el montaje y los efectos especiales, edifica un trabajo meticuloso que lleva el sello de los mejores productos Clase B del exploitation del Siglo XX, una proeza enorme encarada desde la eficacia truculenta y la soledad creativa…