Terminator: Destino oculto

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

La exitosa franquicia ‘Terminator’ regresa a la gran pantalla luego de 4 años de ausencia, recreando el eterno retorno de una historia que se niega a quedar en el pasado. La sexta entrega de la famosa saga continúa su incursión, con suerte dispar, luego de “Génesis” -estrenada en 2015- y sucediendo a “Terminator” (1984), Terminator II: El juicio final” (1991), “Terminator III: la rebelión de las máquinas” (2003) y “Salvación” (2009).

Esta famosa historia de ciencia ficción, basada en la historia “Soldado”, autoría de Harlan Ellison (prolífico autor de novelas cortas y fantásticas), representó un hito para el género. A mediados de los años 80, fue producida y dirigida cinematográficamente por un pionero del cine de ciencia ficción como James Cameron. La película no tardó en convertirse en un objeto de culto para los jóvenes fans que recibieron a la, por entonces, novedosa propuesta que convirtiera Arnold Schwarzenegger en una cabal figura del cine de acción moderno.

La novedad convirtió a “Terminator” en una auténtica adelantada en términos de implementación de efectos visuales y sonoros coronando a aquellas dos primeras películas como imprescindibles neoclásicos de Hollywood. Luego de agotar, hasta el extremo, las posibilidades narrativas de la historia de la saga, “Terminator: Destino Oscuro” da un giro de 360 grados que se percibe como una suerte de reboot bajo el cual una historia paralela rompe el hilo cronológico y narrativo de lo que las demás entregas nos habían contado hasta el momento.

Con Tim Miller como responsable de la dirección y el creador de “Avatar” en labores de producción, se percibe en esta nueva entrega de “Terminator” un perfil estético que busca otorgarle un guiño nostálgico notable. El desempeño de Miller detrás de cámaras es impecable desde lo visual, logrando una consecución de escenas de acción de plenovértigo, nervio y adrenalina, empleando a la perfección toda la parafernalia de efectos especiales a disposición y valiéndose de los elementos digitales que le permiten reproducir secuencias de alto riesgo en una escala visual subyugante,

La película, tal como fuera mencionado, va nutriendo su recorrido a través de una serie de citas insoslayables. Se percibe la mano de James Cameron en lo referente a las recurrencia visual y narrativa de toda la mitología estética que puebla el universo Terminator. Por allí desfilarán secuencias de persecuciones que nos recuerden a las primeras dos entregas, también locaciones familiares y un sinnúmero de frases y latiguillos de sus personajes que juegan con la meta-referencia hasta el borde de la parodia. Pero lo hacen sin perder jamás su sentido del humor. El tinte nostálgico alcanza su punto máximo con las intervenciones de Linda Hamilton y Arnold Schwarzenegger; mientras la incursión de la primera otorga primacía a la figura recordada de Sarah Connor y brinda a la película una fuerte impronta feminista -como también la inclusión de dos jóvenes actrices femeninas como Natalia Reyes y Mackenzie Davis- la inclusión del inoxidable y otrora ‘ T-800’ aporta cuotas de grato humor y tempranos síntomas de bonhomía de un cyborg ablandado y reconciliador, que tampoco resiste a un pasado lejano con melancolía: ¿se pondrá Arnold los anteojos, o no?

El director de “Deadpool”, acorde a las exigencias de la historia, adapta familiares locaciones como la Ciudad de México, relacionando personajes y situaciones con eventos anteriores de la saga -como el desarrollo de la trama en una fábrica, las coordenadas geográficas mencionadas y la existencia de una especie de alter ego de Sarah-, sin embargo existe un punto en dónde la película y sus responsables se tornan por demás pretenciosos cuestionando el canon de verosimilitud bajo el cual se estructura la narrativa original de la historia literaria y su génesis. No resulta una novedad, “Terminator”, en su totalidad, se vale de una premisa argumental basada en pasados y futuros alternados, sustentados en viajes en el tiempo con el fin de cumplir ‘una misión’.

Así, aparecen figuras narrativas familiares a este tipo de relatos, que construyen la verosimilitud literaria, valiéndose de mecanismos -como las anacronías, la analepsis, la prolepsis y el recurso de las historias paralelas- que colaboren en sostener este entramado argumental. Para los más diversos autores de ciencia ficción, la utilización de estos elementos representa un desafío notorio: se debe tener extremo cuidado en su uso, en pos de no convertir a la propuesta en un inverosímil que subestime la capacidad intelectual del espectador. Bajo esta óptica, la presente “Terminator” da por tierra con algunos eventos hasta entonces esgrimidos a lo largo de cada una de las sucesivas entregas, de lo cual se desprende que esta película se ubica como una inmediata sucesora de las primeras dos orquestadas por Cameron, desviándose por completo del rumbo que la saga había tomado desde su tercer episodio en adelante.

Maniobra hecha a un alto costo: hasta el punto de ceder credibilidad con tal de justificar el devenir de una historia que no termina de cerrar sus cabos sueltos si nos ceñimos al verosímil narrativo mismo sobre el cual se ancla. Sin cuestionar su capacidad de generar genuino entretenimiento, su débil consistencia narrativa pone en riesgo la coherencia del producto con tal de validar su fin. Para muestra basta mencionar el trajín emocional tan estrambótico vivido por la joven protagonista, quien asimila lo sucedido (una tragedia de dimensiones devastadoras) con una facilidad pasmosa, acorde a los tiempos modernos de un relato vertiginoso y licuado de sutilezas. La inocente e incauta mexicana se verá convertida en una heroína por arte de magia: convenciendo a su incrédulo tío, mostrando sus destrezas al volante y manejando armas de guerra. ¡Todo sea por llevar a buen puerto un despropósito!

En el “Terminator” del siglo XX, ampulosas escenas eran una absoluta novedad, lejos de tiempos dónde el material humano se ve desplazado en detrimento de la primacía digital. Artilugio que apreciamos con la también reciente “Proyecto Géminis”, de Ang Lee, en donde se digitaliza a un actor para poder ‘clonarlo’ en pantalla, acorde a los requerimientos narrativos. Aquí vemos a un T-800 y una Sarah ‘rejuvenecidos’ para sus papeles (recurso similar al utilizado en “Terminator: Génesis”), así como también la recreación del personaje de John (originalmente interpretado por Edward Furlong) para la consecución de un evento trágico que activa la trama, en modo flashback. La recreación digital y el maquillaje digital de actores para recrear escenas que pretenden continuar el trazo en narrativo dejado luego del episodio número dos se conforman en instrumentos tecnológicos que pretenden extender, un poco más allá de lo argumentalmente sostenible, la valía de este nuevo regreso. ¿Triunfal? Pensémoslo de nuevo.

Recurriendo, por enésima vez, a la amenaza de los cyborgs asesinos que llegan desde el futuro, “Terminator: Destino Oscuro” dialoga también con temas de eminente actualidad, como la robótica, la genética y la inteligencia artificial. Alertándonos sobre un futuro cercano distópico, pero con absoluta liviandad: el sentido del humor y la personalidad de sendos icónicos intérpretes aligeran la propuesta, ofreciendo un oasis en medio de su ritmo vertiginoso. Respecto a su valor entretenimiento, este se brindará a caudales. La atención no decae a lo largo de sus dos horas de duración, inclusive propiciando escenas de acción en el extremo de lo verosímil que sólo pueden suceder en un universo que no cuestione demasiado su capacidad de credulidad.

La disparidad del resultado final posee su fácil explicación: un guión escrito de forma tripartita, entre el cual se dividen autoría David Goyer (guionista de “GodZilla”; 2014), Billy Ray (guionista de “Los Juegos del Hambre”, 2012) y el propio Cameron; factor que usualmente suele generar resultados deficientes y poco uniformes, debido al divergente punto de vista de los diferentes letristas que echan mano a la historia. En definitiva, estamos ante un nostálgico regreso a la adolescencia que disfrutarán los fans incondicionales de la saga, rememorando las hazañas que Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton acometieran tres décadas atrás.

La estética hiperbólica y el merchandising que rodea a la saga aúnan características del cine posmoderno en el que “Terminator siglo XXI” se inserta. Un producto reciclable, con más errores que atinos, que dialoga con el legado de sí misma inclusive sin ser lo comercialmente rendidora ni alcanzar el furor de un tiempo más romántico y menos virtuales.