Tenemos que hablar de Kevin

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Una película para debatir entre todos

Tercer largometraje de la cineasta Lynne Ramsay, nacida en 1970 en Glasgow, Escocia. Los anteriores fueron Ratchatcher (1999) y Morvern Callar (2002). Ambos son perturbadores dramas que rozan el terror.
Tenemos que hablar de Kevin tampoco le va en saga. Es la adaptación de la novela de Lionel Shriver, que trata sobre las relaciones maternofiliales, a partir de un episodio similar al de Bowling for Columbine (2002), de Michael Moore, y Elefante (2003), de Gus van Sant.
El filme está organizado en base a flashbacks. Comienza con la visita de Eva a su hijo Kevin, a punto de cumplir dieciocho años y dos de permanencia en la cárcel por una masacre que ejecutó contra compañeros de su colegio.
Pero el filme no explora el crimen, sino apenas los momentos previos y posteriores de ese trágico episodio. El interés de la directora está puesto en desentrañar por qué Kevin llegó a cometer ese acto criminal.
El relato vuelve una y otra vez al pasado para reconstruir la relación de amor-odio de Eva con su hijo. Y de éste con su hermana menor Celia y con su padre Franklin, un hombre bonachón, afectivo, pero negador, que desestima la preocupación de su esposa por la conducta de Kevin.
La verdad primera es que Eva no ama a su hijo y en "respuesta", Kevin revela desde muy chico un comportamiento perverso. Los breves interludios de ternura filiales son, casi siempre, pausas estratégicas que preanuncian nuevas embestidas de creciente violencia.
La directora definió claramente su propuesta: "No es una película realista. Es una película hipotética. Qué pasa si no amo a mi hijo. Qué pasa si él se da cuenta y se venga. Qué pasa si mi hijo es un monstruo. Es un filme sobre un tema tabú, y por eso es perturbadora".
Una cuestión secundaria, pero no menor, es la respuesta de una comunidad impiadosa hacia Eva por el crimen cometido por su hijo. Inclusive de parte de sus nuevos compañeros de trabajo en una agencia de turismo, donde ella trabaja no sólo para subsistir, sino también para afirmarse moral y psicológicamente.
Escasean los diálogos, porque es más una película de miradas y silencios reveladores, en una casa bella y espaciosa, con un amplio jardín donde Kevin practica tiro al blanco con un arco que le regaló su padre.
Un acierto de la directora es el recurrente uso del color rojo, desde una inicial tomatina valenciana, para prefigurar el episodio criminal.
Y otra baza es la actuación de Tilda Swinton como Eva, que le significó el premio del Cine Europeo como mejor actriz.
Tenemos que hablar con Kevin es también un filme para debatir con la participación de padres, psicólogos y psiquiatras.