Temporada de caza

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Entre esos tipos hay algo personal
Premiada en Venecia, esta opera prima sobre la relación entre un padre ausente y su hijo conmueve.

No deja de ser precisa, más que curiosa, la mirada “femenina” sobre una relación masculina. Es lo que ocurre en Temporada de caza, la premiada película de Natalia Garagiola sobre la relación entre un hijo y su padre, que se reencuentran después de muchos años.

Nahuel (una impresionante revelación es el debut de Lautaro Bettoni) es un adolescente irascible, dolorido por la reciente muerte de su madre. Se agarra a las trompadas en una práctica de rugby, y su padrastro Bautista (Boy Olmi) lo envía al Sur, a visitar a su padre (Germán Palacios, seco cuando debe serlo, con una mirada tierna también cuando su personaje Ernesto lo necesita).

Ernesto es un guía de caza que ha formado una familia con una mujer más joven y cinco criaturitas siempre sentados alrededor de una mesa en su cabaña. Esos momentos, a los que se debe acoplar Nahuel, marcan a la vez la observación de la realizadora, sumamente atenta a lo que sucede allí para dar apuntes y no remarcar innecesariamente nada.

Pero el espectador se siente como convidado a esa mesa. Con naturalidad.

Temporada de caza es un filme de miradas. A la mencionada de Ernesto, hay que sumar la de Bautista cuando escucha de boca de Nahuel dos palabras (“mi padre”). Garagiola elige los planos con precisión, y también los tiempos en que expone esos momentos, esas circunstancias. De ahí que hablemos de una mirada “femenina”, una visión que se permite y permite al espectador llegar con sensibilidad a los personajes, que tal vez, al plantear la confrontación sentimental de ellos que se imaginan fuertes, hoscos, como Nahuel y Ernesto, en manos de un realizador no tendrían la misma sintonía.

Es un filme sobre el dolor, el rencor, el fastidio, el enojo y más que todo lo anterior, el desafío de afrontar la vida, tan lejos de los afectos, sea porque se han perdido, irremediablemente, o cueste encontrarle una vía para la comunicación.

Porque Ernesto es un padre abandónico, o si se quiere ausente, y Nahuel tiene un resentimiento que los hace difíciles de congeniar. El ámbito, agreste, rodeado de armas de caza, es más que un marco de referencia. Son muy parecidos, por algo tienen la misma sangre, en su agresividad, su falta de diálogo, sus asperezas y su renuencia a expresar con palabras, sino con hechos: se comunican con violencia, a las piñas o empujones lo que no pueden ocultar. Esto sea el dolor, o el amor.

La fotografía del sur nevado, encuadrada e iluminada por el misionero Fernando Lockett, es más que una observación y un marco para convertirse en un personaje actuante. Todo es acción, porque lo hacen los personajes, lo hace la cámara, movediza e inquieta, y lo hacen los corazones que laten fuerte desde la pantalla.