Temporada de caza

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

DOLOR CONTENIDO

Si hay algo que nos enseñó un maestro como John Cassavetes en el cine es que el maltrato también es una forma de amar. Parece tenerlo en claro Natalia Garagiola con la dupla protagónica de Temporada de caza, película que obtuvo recientemente el premio de la Semana de la Crítica en la última edición del Festival de Venecia.

Nahuel es un joven cuya madre ha fallecido y, a pedido de ella, va al sur, a pasar un tiempo con su padre, un respetado cazador al que no ve hace una década, que ya tiene otra familia armada. Sin embargo, parece no haber forma de recomponer vínculo alguno, a causa de la naturaleza agresiva del adolescente, mostrada desde la primera secuencia de la película cuando sostiene una pelea con un compañero de rugby. La cámara en mano acompaña una exacerbada forma de nerviosismo e incomodidad que prepara un terreno nada condescendiente para hablar de emociones. Una vez armado el juego estético, la historia se centra en la relación de padre/hijo que, desde un principio, transcurre por carriles fríos como la nieve que circunda el hermoso paisaje patagónico. “Te estuve esperando tres horas” reprocha el muchacho; “Tenía que cosas que hacer” retruca lacónicamente Ernesto. Es solo la puntada inaugural de un intercambio que alterna entre la agresión y algún que otro gesto de solapado cariño. Ambos hacen lo que pueden y como pueden, de eso trata el film, mayormente circunscripto a reflejar la imposibilidad de forzar una reconciliación cuando se ha roto la cuerda paternal. Por eso, hay un momento donde se produce una saturación de hostilidad, sobre todo en la conducta de Nahuel, al borde de lo soportable, porque en definitiva es también un animal al que hay que domesticar. De allí el doble sentido de la palabra caza, no necesariamente referida solo a la actividad del padre. Bautista, el padrastro, también ha querido romper la coraza, pero sabe que la pérdida de su mujer es la otra herida que se suma fatalmente en Nahuel.

En relación a lo anterior, hay un momento de quiebre en la historia cuando la mujer de Ernesto y las hijas desaparecen de escena (hacen un viaje) y este se ve en la obligación moral de refundar la crianza y de domar a su hijo. Es en ese lapso (la temporada en cuestión) donde el universo masculino parece recuperar las coordenadas y Nahuel es capaz de mantener un modo civilizado de comportamiento. El aprendizaje no es fácil y las recaídas son varias, pero ese es el camino que transitan ambos y no hay vuelta atrás. Cuando las cicatrices son gruesas y los golpes aparecen como la única salida, Garagiola acerca su cámara para otorgarle a la película la fisicidad suficiente como para que no quedemos afuera. Si hay una escena que concentra esta lógica de amor/odio es cuando padre/hijo se trenzan en una pelea durante una cena, en la que los golpes pueden ser tomados como abrazos y donde doblegar al otro implica transmitirle cariño inmediatamente, como si no existiese otro modo posible cuando hay dolor. Porque eso es lo que hay en estos personajes, dolor contenido.

El tiempo está suspendido. La idea de temporada abarca un presente que se materializa en un espacio paralizado donde un grupo de pibes deambulan rapeando y los mayores cazan. La cuestión generacional es insalvable y los códigos distan claramente en los rituales que unos y otros sostienen como supervivencia en una tierra donde no hay mucho más que hacer. Lo bueno de la película es que no cae (más allá de alguna metáfora dudosa) en el lugar común de la reconciliación como resultado de premisas conductistas. Hay una puerta abierta pero no está claro qué encontraremos del otro lado. Es un saludable gesto de ambigüedad en un film sólido técnicamente y con actuaciones naturales. Y si algo nos enseñó también otro animal del cine como Fassbinder (también aplicable a Temporada de caza) es que el amor es más frío que la muerte.