Temple de acero

Crítica de Pablo Planovsky - Loco x el Cine

Una opinión sobre la nueva y multinominada producción de los hermanos Coen.

La nueva película de los hermanos Coen quizás sea una de las más atípicas dentro de su filmografía. Los directores (aunque en los créditos a veces figure uno solo) de Fargo, El gran Lebowski, y Sin lugar para los débiles (No country for old men, por la cual ganaron 4 Oscar) tienen un estilo bastante particular y para muchos, hermético. A veces tratan de imitar o resucitar algún género olvidado, siempre dentro de su cinismo y humor negro. Allí se encuentran algunas de las obras más desparejas de los hermanos: ¿Dónde estás, hermano? (O brother, where art thou?) y Quémese después de leerse (Burn after reading). En línea con su película anterior (Un hombre serio) esta vez apuestan por un cine más emotivo. Impersonal, pero más abierto a mayores audiencias.

En primer lugar, el género que elijen es el western, la piedra basal de grandes autores del cine norteamericano, que hace varias décadas casi desaparece del medio que le dió la vida. Podríamos afirmar que esta es la mejor películas sobre el Lejano Oeste desde Los imperdonables(Unforgiven, de Clint Eastwood) pero de nuevo, eso no sería decir mucho (por la escasa oferta y calidad). Pero la apuesta es diferente: aquí no se trata de despedir al género, sino de celebrarlo. Si bien es una película de los Coen, se siente mucho más “clásica” que el resto de su filmografía. Por ejemplo, Carter Burwell, su habitual compositor, despliega una orquesta para musicalizar y recuperar el espíritu aventurero, grandilocuente y romántico del western. Algo raro, teniendo en cuenta que sus composiciones tienden a ser más oscuras y minimalistas. No está mal, pero no funcionó del todo para mí.

Para que esta historia verdaderamente capte la esencia del western, no es suficiente un equipo técnico impecable (como en la puramente estética El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) sino hay que darle vida y corazón a los personajes. Jeff Bridges no tiene que probar nada a nadie para confirmar que es uno de los actores vivos más grandes del cine. Cada aparición suya, llena, literalmente, la pantalla. Podemos escucharlo hablar casi de cualquier cosa, porque al hombre le sobra carisma. Su presentación en la película es dentro de un baño, después de una resaca. Solamente su voz sirve para lograr que cualquiera esboce una sonrisa. Ni hablar de la secuencia siguiente: un juicio donde se lo acusa de haber disparado y matado a dos hombres. Bridges se adueña del papel, ante la mirada atrapante de Mattie Ross (Hailee Steinfeld, después hablaré de ella) quien desea contratarlo para vengar la muerte de su padre.

Allí se complementa con la fotografía de Roger Deakins, la cual podrían valerle el Oscar que hace rato se merecía (más que nada por Fargo). La cámara rodea a “Rooster” (“Gallo” en la traducción) Cogburn, ubicándonos en el punto de vista de la joven protagonista, que lo rodea. Solamente una ventana permite la entrada algunos haces de luz que iluminan la oscura habitación. Es una secuencia cautivadora y bonita. Hay muchos planos generales muy típicos del género, y también poéticos, pero yo me quedo con esa secuencia. Si el Oscar lo gana o no es accesorio en cierto sentido: no hace falta para demostrar la grandeza de Deakins (además, este año la competencia es muy buena). El último tercio de Temple de acero es una belleza embriagadora. Hay, incluso, una referencia visual muy obvia a La noche del cazador (The night of the hunter) una de las películas mejor filmadas de la historia del cine. En ese último tramo se incluye una salvaje, espeluznante y no por eso menos meritoria, secuencia con una “personaje” bastante secundario que pone a prueba el temple de acero de Cogburn.

Es la segunda vez que un actor interpreta a Rooster Cogburn en el cine. Y el primer actor es nada menos que John Wayne, con el papel que le valió el Oscar a Mejor Actor. Más que hacer una remake de la película de 1969 (que no es gran cosa), el verdadero atrevimiento es encarnar un personaje tan icónico en la carrera del legendario, mítico, Duke (así lo llamaban a Wayne). Jeff Bridges no es el Duke pero sí es el Dude. Sus estilos son completamente diferentes. Bridges ya tiene un Oscar y no es precisamente, el actor que pide permiso para interpretar un rol. Es atrevido, osado, juguetón. Es como un viejo maestro oriental, que a priori no aparenta mucho, pero que por algo es un maestro. Sí: también tiene esa mística que emanaba el actor de Más corazón que odio (The Searchers).

El film original también contaba con Kim Darby, en el papel de Mattie Ross. Su carrera nos despegó luego de esa película. Esperemos que no sea así para Hailee Steinfeld, ahora nominada al Oscar como Mejor actriz de reparto. Ella, cuando está junto a Bridges, hace que la pantalla explote de humanidad. Se complementan más que bien: ella encuentra algo en él, mientras busca la venganza contra el asesino de su padre. Él la quiere, la aprecia. Quedan conectados cuando ella demuestre, por primera vez, su verdadero temple de acero al cruzar un caudaloso río. Y al cruzarlo, le va a reprochar algunas cosas: entre ellas, la ortografía. Steinfeld es una de las mejores promesas de la nueva generación de actores de Hollywood. Es carismática, osada, y simpática. Es una mujer en un mundo de hombre… ¡pero qué mujer! Eso sin olvidar, que sigue siendo una niña. Es como si Juno viviera en el Lejano Oeste. O algo así.

Matt Damon es LaBeouf, el guardia de Texas (o Texas ranger) que comparte la búsqueda con ellos. Como toda buena persecución, lo más importante está en el viaje: cómo se relacionan los principales protagonistas entre sí. Es allí donde la película se hace más cálida. Combina grandes momentos de tensión, con otros de suspenso y comedia. Josh Brolin es prueba de ello, interpretando al torpe (pero amenazante) Tom Chaney.
Hacia el final, me pregunté cuál era la necesidad de hacer una remake de la original. Ok: a los Coen no les gusta decir remake, aunque algunos planos sean casi idénticos. Prefieren decir que es una nueva adaptación de la novela de Charles Portis. Sencillamente, no me puse a pensar si había necesidad o no. Solamente me dediqué a disfrutar de una (muy) buena película. El tiempo dirá qué lugar tiene en la historia del cine.