Ted 2

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

Humor guarro y nostálgico con derechos humanos

El osito Teddy tiene que probar, en esta nueva entrega del film de Seth MacFarlane, que es un ser humano y no un objeto. Lejos de la provocación de la película anterior, acá el humor casi no funciona y mucho menos el toque emotivo.

Tal vez lo más simpático que tiene Ted 2 es que arranca como si nada asumiendo que el planeta entero sabe que uno osito Teddy puede haber cobrado vida y tener una existencia absolutamente normal. De todas las citas cinéfilas tal vez la más espectacular sea el número de baile con coreografía a los Busbey Berkeley que aparece en los títulos. Todo esto es el comienzo, nada más. Lo que sigue es un nuevo conflicto de Ted que, justamente, debe probar que es una persona y no un objeto a lo largo de la película.
El humor escatológico, políticamente incorrecto y siempre al límite de Seth MacFarlane, guionista, director, productor y voz del protagonista en la película parece acá algo gastado. Desde la legendaria serie de animación Padre de familia (Family Guy) el camino de MacFarlane parece haber estado siempre al borde de perderse.
La originalidad y la virulencia de la primera Ted funcionaba bastante bien, aunque no era raro que algunos la vieran como algo obvia y falsamente provocadora. Acá la provocación ha desaparecido y con ello se ha ido algo del encanto de los personajes. Los chistes están más centrados en homenajear películas de los '80 y principios de los '90 que en provocar al espectador.
El cinéfilo popular de cuarenta años se mantendrá entretenido con esos homenajes pero no mucho más. Algunos chistes todavía funcionan pero en comparación con otras obras de MacFarlane es muy poco gracioso lo que se ve acá. La búsqueda de un relato más emotivo la perjudica aún más. Porque no solo le hacer perder fuerza a la comedia, sino que tampoco logra emocionar en ningún momento.
No hay duda de que los actores ponen todo de sí y no faltan los cameos y las apariciones especiales. Pero ya ha pasado la época en la cual un invitado o un chiste con referencias culturales puedan ser motivo suficiente para sostener una comedia completa.
Ted agotó su fórmula mucho más rápido de lo esperado y solo un exceso de complicidad del espectador puede convertirla en una comedia divertida.