Ted 2

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Seth MacFarlane tiene muy claro qué quiere hacer en Hollywood. Por eso es que “Ted 2” (USA, 2015), secuela del irreverente y corrosivo bromance entre el pequeño oso y su amigo (Mark Whalberg), decide superar la clásica narración sobre algunas de las consecuencias de los personajes en el marco de un contexto en el que viven lleno de drogas, prostitutas y alcohol, y ponerse un poco más serio (dentro de lo que se puede) para terminar generando un relato judicial sobre la búsqueda de identidad del oso.
Es que Ted, junto a su reciente mujer, deciden que para poder recomponer el matrimonio lo ideal es poder tener un hijo, y ante la clara imposibilidad de realizarlo por los métodos tradicionales (biológico, científico), deciden adoptar un bebé.
Pero cuando esta necesidad de avanza, la justicia cree que Ted no es una “persona”, tan solo una “propiedad”, por lo que avanzarán, luego que una joven abogada inexperta (Amanda Seyfried), decida aceptar el caso para revocar así la justificación de no entidad del oso.
Lo que continúa en la película es una serie infinita de gags, chistes, humor negro, bromas, que no dan respiro y que otorgan el campo necesario para que MacFarlane pueda criticar el sistema judicial norteamericano, la clara desatención de las verdaderas necesidades de la sociedad, el consumo, la cultura, etc.
Si en “Ted” el chiste sobre la amistad entre un hombre adulto y el oso de la infancia que ha cobrado vida y que decide hacerse adicto a las drogas funcionaba, en esta oportunidad se potencia, con una trama que además suma villanos interesados en descubrir el “secreto” del oso para producir cientos de Ted’s inteligentes que llenen las jugueterías.
Una comic con será el epicentro de la segunda etapa del filme, que, con algunos momentos de más, y una narración menos dinámica y mucho más episódica, termina resintiendo la idea de incorrección política, porque justamente lo que termina produciendo es un discurso mucho más convencional.
A pesar de esto, la habilidad del director en ir dejando algunas “perlitas” a lo largo de la trama, principalmente aquellas relacionadas a la cultura popular, y en dotar de cierta cohesión temática a la película (búsqueda de identidad, búsqueda de lugar de pertenencia, etc.), permiten que el disfrute del filme avance sin pedirle, claramente, una justificación política a cada una de las escenas que se suceden.
“Ted 2” intenta separarse de su primera entrega, y justamente es eso lo que no termina de cerrar de una idea tan revolucionaria como la de mezclar acción real con la animación del oso, porque es en la continuidad en donde tendría que haber puesto su foco y no tanto en el de buscar otro tipo de estructura discursiva para generar algo diferente.
Más allá de esto se disfruta, aún sin las sorpresas de la primera parte. En la comparación “Ted 2” pierde, pero aislada de su predecesora puede disfrutarse plenamente, con algunos momentos para la antología, como esa escena inicial homenajeando a los clásicos filmes musicales de la época dorada de Hollywood, una etapa que MacFarlane añora y apela constantemente (principalmente en sus productos televisivos) para construir sentido en el sinsentido del mundo cinematográfico.