Ted 2

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

La castración y el algodón sintético.

La comedia tradicional y el cine de acción atraviesan una profunda crisis en el Hollywood contemporáneo por esa obsesión de la industria orientada a recurrir a fórmulas conservadoras, que curiosamente pretenden pasar por “atrevidas”, estupidez y concepciones trasnochadas mediante. Ya sea que hablemos de la universalización del humor estudiantil/ escatológico o las sonseras biempensantes de los superhéroes, lo que salta a la vista una y otra vez es la pereza de los gurúes del marketing en lo que respecta a revitalizar una de las tareas excluyentes del devenir comercial, el ofrecer un “plus” que defina al producto en cuestión y permita construir un ardid publicitario acorde con esa cualidad extra del artículo.

Pero no, como el mainstream más necio considera que cualquier desviación del esquema apto para palurdos sería un suicidio, la cobardía dicta que la repetición es la única respuesta al momento del ensamblado en la línea de montaje (por supuesto que la subestimación del público también juega un rol fundamental en este proceso de homogeneización hacia abajo). Una obra intrascendente como Ted 2 (2015) funciona como un ejemplo perfecto de todo lo anterior: estamos ante una suerte de superación de aquel bodrio intitulado A Million Ways to Die in the West (2014), la propuesta previa de Seth MacFarlane, quien sin embargo no consigue maximizar el planteo del film original del 2012, ya de por sí bastante estándar.

Recordemos que la primera película tomaba la forma de un capítulo no muy inspirado de Padre de Familia (Family Guy), con algunos detalles de American Dad!, muchas citas a los blockbusters de la década del 80, un oso de peluche como reemplazo del perro Brian y/ o el alienígena Roger, y una preponderancia del humor sexual más facilista por sobre sus homólogos absurdo, irónico y contracultural. Así como antes todos estos elementos se superponían de manera caótica y daban un resultado relativamente positivo, hoy el mejunje no le sale tan bien al estadounidense, ya que falla en su pretensión de retomar en parte la riqueza de su bagaje creativo de antaño, ese que dejó de lado al pasarse a la pantalla grande.

A pesar de que está clarísimo que en esta ocasión MacFarlane se percató que efectivamente no podía alargar mucho más el chiste del muñequito de algodón sintético drogándose y haciendo guarradas (receta que llegó a la saturación en el convite anterior), lo paradójico de Ted 2 se reduce a que toda la trama -ahora de resonancias existencialistas- sabe a rancia, lo que nos vuelve a ubicar en el terreno de un episodio de medio pelo de Padre de Familia, aunque sin aquella imaginación ni la acidez ni la paciencia para el desarrollo de personajes de la serie de TV. A veces hasta resulta lastimosa esta nueva identidad del señor, más volcada a la pomposidad retórica pero sin las herramientas intelectuales que la sostengan.

Incluso así, el opus no descarrilla hacia el desastre y se reconforta en su triste mediocridad, con una historia hueca centrada en la lucha de Ted en pos de ser reconocido legalmente como una persona para poder adoptar un niño y salvar su matrimonio. Aquí los latiguillos descerebrados, vinculados al “reviente” y las pavadas más infantiloides, nos reenvían al cine castrado de nuestros días, el cual hace un culto de la estupidez por la estupidez misma, aislada de los conflictos de todo tipo que la circundan y le asignan sentido. Que MacFarlane firme una realización tan descartable como la presente, ratifica un estado de cosas en el que reina el automatismo porque la ceguera reaccionaria sustituyó a la valentía y la novedad…