Tarde para morir joven

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Ganadora del premio a la mejor dirección en el Festival de Locarno, la chilena Dominga Sotomayor ratifica y consolida en Tarde para morir joven el talento y la sensibilidad que había insinuado hace seis años en su ópera prima, De jueves a domingo. Si bien en el medio filmó Mar en la costa argentina, De jueves a domingo y Tarde para morir joven podrían analizarse como un díptico inspirado en experiencias autobiográficas.

En el caso de este tercer largometraje, está ambientado entre fines de 1989 y principios de 1990; es decir, las postrimerías de la dictadura de Augusto Pinochet: tiempos de cambios. En un ámbito rural en las afueras de Santiago, unas cuantas familias se plantean la posibilidad de vivir en comunidad, aunque las condiciones son bastante precarias y se perciben diferencias no menores entre los distintos integrantes. En ese contexto, los adolescentes atraviesan sus propias experiencias de iniciación y empiezan a sentir las contradicciones respecto de los adultos. La obra de Sotomayor prescinde de las tramas clásicas, de las construcciones dramáticas tradicionales, para apostar, en cambio, por el retrato coral, la construcción de climas y el trabajo sobre los estados de ánimo. Bella, lírica y melancólica, "dialoga" con las películas de Mia Hansen-Løve o Maren Ade y, si sus interlocutoras fueran argentinas, con las de Celina Murga, Milagros Mumenthaler o Lucrecia Martel. Un cine concebido con fluidez, elegancia y una poderosa capacidad de seducción.