Tár

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Los hilos de la orquesta

El realizador estadounidense Todd Field regresa con Tár (2022), un drama psicológico sobre los entramados del poder que discurre sobre las miserias que anidan en los exclusivos círculos de la música clásica, subsidiados por donantes millonarios que buscan encerrar a la cultura en una jaula de cristal.

Lydia Tár (Cate Blanchett) es una talentosa y exitosa compositora y directora de orquesta de la prestigiosa Filarmónica de Berlín, de origen norteamericano, y madre de una pequeña niña, Petra (Mila Bogojevic), adoptada junto a su pareja, Sharon (Nina Hoss). Lydia está presta a editar un libro sobre su vida y a conducir la emotiva Quinta Sinfonía del compositor austríaco nacido en Bohemia, Gustav Mahler. Afianzada en su posición al frente de la Filarmónica de Berlín, Tár emprende una serie de cambios que serán su ruina mientras un reciente amorío la complica legalmente.

Tras sobrevivir a su salida del clóset, confirmar su relación con la primera violinista de la orquesta y adoptar junto a ella a una niña, la aclamada compositora enfrenta una situación que la descoloca por primera vez: el suicidio de una joven aspirante a la orquesta revela un affaire clandestino en el que Tár utiliza su posición para seducir a jóvenes promesas. A esto se suma la traición de su asistente, Francesca (Noémie Merlant), quien se enfurece con su idolatrada jefa cuando ésta le comunica que la posición de conductor asistente, vacante tras el despido del experimentado titular, Sebastian (Allan Corduner), le será otorgada a otra persona, optando por ventilar correos electrónicos comprometedores entre Tár y la joven fallecida, Krista Taylor (Sylvia Flote). La obsesión de Tár con una nueva y bella chelista invitada a la orquesta, Olga (Sophie Kauer), la lleva a elegir el Concierto para Violonchelo del compositor inglés Edward Elgar, obra en la que Olga se destaca, y a abrir una competición entre los chelistas, en la que incluso permite participar a la joven rusa en lugar de seguir la tradición y otorgarle el rol al primer violonchelo de la filarmónica. Los numerosos frentes de batalla abiertos por Lydia serán su perdición y los aduladores estarán listos para ocupar su lugar cuando el escándalo estalle tras la presentación de su libro en Nueva York.

Con una estética despojada y severa, el director de En el Dormitorio (In the Bedroom, 2001) y Secretos Íntimos (Little Children, 2006) construye un drama descarnado sobre la caída de una persona en el pináculo de su carrera en una alegoría sobre la fragilidad del éxito en el ámbito cultural, entorno en el cual la fama puede ser el prólogo de un derrumbe sin fin. En el comienzo del film una serie de largas escenas construidas brillantemente presentan a la artista en la cima, rodeada de laureles, pero la imagen pública, su carrera, abre paso a la vida privada, la relación con Sharon y su hija, Petra, la frialdad para con su dedicada y diligente asistente, y ante todo la vertiginosidad de su vida, existencia que no puede detenerse ni un minuto, cuyas interacciones se basan en un aspecto transaccional cual estructura de la que ella parece ser el centro, el eje que hace que el mundo se mueva.

La película hace todo el tiempo una doble alusión dialéctica a la tensión entre el abuso por parte de los individuos en alguna situación de poder y los jóvenes aspirantes a las posiciones que se abren en los herméticos círculos culturales, que a su vez suelen aceptar estas reglas para conseguir una prebenda y luego denunciar la situación cuando los términos del contubernio tácito no son respetados por la parte que tiene la sartén por el mango. Ambas formas de relacionarse a cada lado de la red de poder conforman una razón instrumental, utilitarista, que considera cada relación como un arreglo entre partes, una forma de usar al otro para el beneficio propio.

Una de las cuestiones que Tár trabaja en varias escenas es la aspiración sublime de las grandilocuentes y emotivas composiciones sinfónicas/ clásicas que se contrapone a la imposibilidad del mundo actual de substraerse del ruido que rompe con toda concentración, con el encanto y hasta con la posibilidad de descanso. Junto al ruido, la paranoia es otra sensación que se impone ante la falta de tranquilidad, el estrés, los problemas del presente y los fantasmas del pasado que se apilan para agitar e inquietar a la famosa conductora. Lydia intenta substraerse de este ruido, de todos los ruidos de la vida, los escándalos, las relaciones, la maternidad, todo lo que la distrae de su pasión, la música, componer, escuchar, disfrutar, lo que realmente quiere hacer, lo que el mundo y su posición social le impiden y a la vez le demandan, que sea capaz de lograr esta abstracción y ser la mejor, siempre perfeccionando y sorprendiendo con su trabajo.

Field pone en juego escenas en las que la protagonista confronta con alumnos en proceso de aprendizaje, a los que cuestiona en sus motivaciones y sus decisiones, pero cuando ella misma es confrontada su reacción es aún más visceral y condenable, una exposición sobre las distintas instancias en las que la vida pone al ser humano, la inconsecuencia y la doble vara que siempre rigen para juzgar a los demás pero nunca para analizar el comportamiento de uno mismo. Con estas contraposiciones, el realizador logra mirar a la humanidad a través de un lente diáfano, ofreciendo un retrato miserable del ser humano, roído por sus ambiciones, dentro de la picadora de carne del sistema de becas y puestos que rigen las filarmónicas y los enrevesados ambientes de la música culta.

En una de las escenas más controversiales, la película también complejiza y pone en jaque la identidad de género y cualquier tipo de definición identitaria como forma de abordaje de las diferentes variables que la vida ofrece, corriendo la cortina sobre la negación que una construcción identitaria hace prevalecer sobre las contradicciones de la vida de cualquier persona. Field también analiza aquí la falsa ideología meritocrática, que funciona en realidad como un velo sobre el más nefasto nepotismo, en una película de escenas largas, construidas cuidadosamente para ofrecer una crítica feroz de la doble vara del mundo que habitamos.

El desempeño de Cate Blanchett es estupendo como tiene acostumbrado al público, hoy en un papel que implica una actuación compleja en tensión entre la posición dominante de la protagonista y su costado vulnerable, ese que a lo largo del film desplaza al personaje asertivo que teme perder el control a medida que la situación de la protagonista se complica. Olga es interpretada por la joven y talentosa chelista de nacionalidad británica y alemana Sophie Kauer, parte de un elenco muy interesante que incluye a Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant, Allan Corduner y Julian Glover como actores secundarios de una obra que busca develar los abusos que anidan en las cúpulas de cristal de la cultura del poder.

Tár es una película sobre el arte y la cultura que lo rodea, sobre la música clásica y el contexto en el que se interpreta, sobre perder el rumbo, sobre lo simbólico estético como una forma de canalizar los sentimientos en un ambiente donde la armonía es aplastada por el ruido, donde la música convive con el bullicio de una cotidianeidad que aplana el mundo quitándole sus colores, sobre el poder que todo lo corrompe, sobre el abuso, sobre la completa pérdida de la posibilidad de confrontación, sobre un ecosistema cada vez más gris que destruye todo lo bello, sobre una época sin demasiado brillo que ha sentenciado que no hay futuro.